Era de quinientas piezas y lo habían
comprado el día anterior a que Eduardo embarcase para Madagascar. Este sería su
último viaje. Después de tantos puertos y tantos amores, esa mujer menuda, de
ojos vivaces y boquita fruncida, logró
encandilarlo.
Se conocieron en la fiesta de
cumpleaños de una amiga común.
─
Ágata es nombre de piedra preciosa, espero que no seas de piedra, pero sí eres
preciosa.
─ Vaya
juego de palabras que has hecho en un momento ¿lo traías preparado?
En un tiempo récord, Eduardo decidió
pedir destino en tierra, ya estaba bien de correr mundo encerrado en ese barco,
que se había convertido en su cascarón. Llegaba un punto en que todos los mares
eran iguales, todos los países, extraños. Y uno no hallaba sus raíces en
ninguna parte. Allí, en la ciudad que iba a ser la suya, vivía Ágata, la mujer
que amaba; la primera novia auténtica de su vida sin arraigo.
La chica contaba impaciente los días
que restaban para tener a su hombre con ella, sin la mar de por medio y,
mientras esperaba, mataba el tiempo montando aquel inmenso rompecabezas que
acabaría colgado en el salón de su futuro hogar. Hogar, qué palabra tan dulce y
tibia. Como la casa que ella y Eduardo iban a compartir.
Pieza a pieza, mientras sonaba la
música apropiada, la que acompañó este o aquel momento dichoso, Ágata iba
haciendo coincidir los trozos de cartulina, buscando los del mismo color,
dejando un lado pendiente, para avanzar por otro lugar, en que el dibujo se
insinuaba. Ya podía verse un trozo de cielo demasiado azul para ser real, un
sol estridente, que parecía sacar chispas de los árboles que completaban el
paisaje.
A
una semana de la llegada de Eduardo, el cuadro está terminado. El marco lo
elegirán entre los dos, para que combine con los muebles, para que todo encaje,
como han encajado las piezas del puzzle; como deberán ensamblarse sus vidas.
La labor de convivir es delicada. La
vida diaria tiene el peligro cierto de contaminarse de rutina. Un hombre que
sueña una mujer lejana y tan deseada, no es igual que un hombre acostumbrado a
dormir con la ventana abierta, que tropieza con la negativa de
ella –hace frío, cariño.
Los horarios de oficina, el papeleo,
caen pesadamente sobre los hombros de Eduardo, hechos al sol y al mar, a
moverse de uno a otro polo. El tedio agria el carácter, llega a casa
malhumorado, besa de pasada a la mujercita que espera ansiosa su regreso. No
obstante, ella le cuenta sus pequeñas cosas y él se cansa de esa cháchara que
le aburre –no me escuchas, Eduardo- Ella hace planes para mejorar esto o
aquello y él echa cuentas sobre su sueldo y no lo cree conveniente. Ágata
empieza a quedar con amigas para tomar un aperitivo, necesita hablar, desahogar
su frustración…y él llega y no la encuentra en casa. Eduardo se irrita porque
debe comer de prisa para volver al trabajo y ella se irrita por el enfado de
él. Al día siguiente, el marido llega tarde porque quedó con amigos para tomar
unas copas, mientras ella espera sonriente, hoy sí, con la comida calentita.
Ambos empiezan a salir con amigos que no son comunes, lo que molesta al uno y
al otro. Para qué hablar del tiempo libre: tú solo quieres hacer deporte, yo lo
odio…
Convivir es encajar perfectamente el
rompecabezas de dos vidas. A veces hay que prescindir de algo, para no invadir
la pieza de al lado, o añadir otro algo, para rellenar un hueco insoportable.
Este puzzle no se termina nunca. Toda la vida es un intento de enlazar. Son
imprescindibles una lima, un poco de engrudo y un mucho de amor.
El cuadro de quinientas piezas luce
impasible en el salón, Ágata, casi dormida, mira la televisión sin verla, está
sola, como siempre. Eduardo llega tarde todas las noches y ya no le da
explicaciones de a dónde fue. Ella tampoco le comunica sus planes. Sus vidas
son un montón de piezas que no hay manera de acoplar.
Los viejos sueños han muerto. Queda
algo en común, la casa que se pensó hogar. Allí habitan torvamente juntos,
gélidamente separados. Se han acostumbrado a no coincidir y así viven. O
malviven.
Ágata oye el ruido de la llave en la
cerradura, algo muy tenue se remueve aún en su interior. Él ya está en casa.
Pilar Galindo Salmerón
España
Imagen: es.123rf.com
Gracias por compartirlo. Como siempre, "nuestra" Pilar nos brinda un cuento precioso.
ResponderEliminar¡Qué lindo! Así es la vida, un rompecabezas donde parece que siempre se nos ha perdido una pieza Lo importante es mantener la fe en que podemos encontrarla. ¡Bravo por Pilar!
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