Joyce Kilmer
¿Qué quieren decirme los árboles
que murmuran frente al balcón?
¿Se acerca el crudo invierno?
¿Claudicarán los relojes de arena?
¿Los versos dejarán de tener voz?
Piel
De pronto,
dejaste de
sostener mi vanidad.
Te contemplo y ya
no presumes
de durazno
tierno
o de
suave seda.
Digo: de pronto…,
y miento.
¿Hace cuánto
comenzaste
a transitar los
caminos de arena?
Eres la misma
que refulgía
con las esferas
colgantes de las discotecas,
bajo el
resplandor de las luciérnagas
o con la humedad
de las olas.
La misma que
cabalgaba
sobre el ímpetu
de otras pieles,
la que sorbía,
ávida y sensual,
el néctar de
otros poros,
los finitos
almíbares del amor.
Ahora, que las aventuras de la vida
están dejando sus trazas,
te acaricio como nunca antes
y, agradecida,
me dejo ir por
el amable rumbo
de los
recuerdos.
Palabras
Festivas,
como el
estallido de los jardines
bajo un sol primaveral…
Cantarinas,
como las inagotables
cascadas
de claros
cabellos…
Románticas,
como las jóvenes
que suspiran en las fuentes
al amparo de las
estrellas…
Libres,
como las briznas
sobre los cañaverales
o el vuelo de
los pensamientos…
Cómplices,
como las musas
que acarician
el alma de los
poetas…
Mis palabras…
¿Cómo son?
Aún no las encuentro.
Mar
El mar llama y yo obedezco...
Atrás quedan mis compañeros,
una piña colada
a medio tomar
y el jolgorio de
los loritos
que celebran el
fin de sus andanzas
sobre las copas
de las palmeras.
A esa hora sacra
del atardecer,
sin música,
bañistas y flotadores
el mar recupera
su majestad.
Mar…
querido mar,
hermano mar,
confidente mar,
cesto de peces,
naufragios y ensueños...
Deseo sorberlo
con los ojos
y anegarme de
mar, mar y mar.
La arena húmeda
abraza mis pies
y el oleaje
sosiega el alma;
los cangrejos,
mínimos y confiados,
salen de sus
cuevas
para disfrutar
de la playa desierta.
Un pelícano,
sobre el risco,
comparte el
horizonte conmigo.
¿Dónde andará
aquel amor
que nunca más
volví a ver?
El rugido de un
avión
rompe el canto
de las olas.
¿De qué
enigmáticas tierras viene?
¿Sobrevoló el
Machu Picchu?
¿Las pirámides
de Tikal?
¿La morada de
los dioses
en la Gran
Sabana?
En sus alas
vienen los recuerdos:
los acordes de Al di là
en un café de Venecia,
las fotografías a las mariposas
en las Cataratas de Iguazú,
el romántico atardecer
en el Fortín de Juan Griego.
El día sucumbe
al cansancio
y el sol,
como una moneda
de bronce,
se va hundiendo
en la línea del
poniente.
La oscuridad
crece…
El rumor de las olas…
El ritmo de mi
respiración…
Mis profundos
secretos…
En el vientre
del Universo
solos el mar y
yo
y el deseo
peregrino de recorrer
los caminos de
arrecifes de coral…
Una voz
atraviesa el palmeral
y altera mi
comunión
con la esencia
marina;
trato de ignorarla,
el mar no quiere
dejarme ir,
pero, me
esperan.
Debo cortar el
cordón umbilical
y volver.
Pequeño
¡Ah, criatura
frágil
a merced de tu
sino!
Desde el
pedestal de la arrogancia,
te observo con
la certeza
de que
puedo volverte nada
sin que lo notes.
Frente a ti, soy
un Todopoderoso.
¡Eres tan
pequeño!
Miro hacia las
alturas
y se burlan las
estrellas.
¿Pequeño?
¿Con respecto a
qué?
En la infinitud
del Cosmos,
¡cuán
imperceptibles parecemos los dos!
Sin embargo,
los dioses nos
agasajan
con el mismo
soplo de vida,
nos une el mismo
derecho
de disfrutar de
nuestros tiempos.
En los
respectivos mundos,
simplemente,
somos.
No sé si me
miras,
¿Importa?
Con suma
delicadeza,
te tomaré entre
mis dedos
para que
continúes el camino,
con tu particular
grandeza,
entre el follaje
de las trinitarias.
Pétalos
No permitas que
te doblen el tallo
ni que te
arranquen las espinas,
Eva,
María Magdalena,
Betsabé
o Juana,
cualquiera sea
la malevolencia
de la lengua que
te juzgue.
No dejes que te
desvíen del camino
o intenten
neutralizar tu brújula;
los pensamientos
son aves sin fronteras
y sólo tú puedes
ser
la timonel de tu
albedrío.
La vida es un
momentito,
un mar que debe
ser cruzado
a favor de las
corrientes.
Las tempestades…
Que sean las que
te correspondan,
no al capricho
de cualquiera.
¿Pretenden
doblegarte el alma?
Sábete bendecida
por el Universo;
es tu vientre el prodigio de la creación
el árbol que da vida a los hombres,
los mismos que toman las varas
con las que pretenden medir
el diámetro de
tus acciones,
las mismas que
ellos ejercen
y celebran a
voces.
No bajes la
cerviz,
camina con la
cara en alto
y al paso digno
de tu grandeza.
Cruza tu
destino, si así lo decides,
de la mano de tu
compañero.
¡Jamás detrás de
él!
No consientas
que escriba tu historia;
abre tus pétalos
de titanio
y afronta la
vida,
como lo han hecho las mujeres
desde el inicio
de los tiempos.
Y si, en el
devenir de tu existencia,
el amor correspondido te lo pide,
escribe, entonces, tu
historia junto a él.
Árboles
La claridad se desvanece
en los tinteros de una noche
que comienza a esbozar
su romería de estrellas;
las hojas de los árboles
rasgan las cuerdas del viento
y la enronquecida melodía
transporta a viejos tiempos.
Asomada al
balcón percibo
la mansa ida de
los ecos diurnos
y los faroles
parpadean
entre los
follajes de ensueño;
yo, bajo la copa
de la soledad
y entre las
hojas de los recuerdos,
le pregunto a esos
árboles,
cuánto de su
fortaleza tuve.
Lavar los platos
Un día (quizás, muchos otros),
con el ánimo de palmera hueca,
dejas de analizar cuentas,
te apartas de la computadora
y vas por un café que te sabe a arena;
regresas al escritorio
y los colmillos de la rutina te trituran.
Tu mirada vuela
más allá de los ventanales;
evalúas tu presente,
lo que, entre informes y balances,
fuiste dejando en el camino.
Envidias a las nubes,
a las aves en las cornisas,
a los perros andarines,
a los transeúntes que, a esa hora,
cruzan la vida al aire libre y bajo el sol.
Suspiras.
Deseas abrir una ventana
y expandir tus pulmones,
aun con la avenida contaminada
por las exhalaciones de los vehículos
En la jaula de concreto y cristal,
las ventanas no existen;
los aparatos de aire acondicionado
son la Némesis del aire libre.
Comienza la cuenta regresiva,
hacia la ansiada independencia,
te esperan la leche y la miel de la jubilación;
sueñas con que, al abrigo de los árboles
o en el sosiego de tu cuarto,
podrás releer las novelas que te apasionaron
y disfrutar de las otras que atesoraste
para un futuro que imaginabas
una eternidad después.
Planificas tu nueva existencia
lejos de relojes y calendarios;
con el espíritu de un ave migratoria,
viajarás a los lugares remotos
que nutrieron tus ensueños.
En los pasadizos de tus planes,
en lo que te falta de camino,
no hay cabida para las rutinas hogareñas
que nunca consideraste propias.
Llega el día, comienza la aventura
y se
agrandan tus sonrisas,
hasta que la realidad clama:
¡Te toca lavar los platos!
Aunque sabes que es en vano,
te da por protestar porque,
cuando crees que ya has terminado,
aparece una pila más;
porque se descascan las uñas,
porque se arruinan las manos,
porque se empapan los planes
de mujer grande sin adeudos.
De pronto, con su ovillo de bondad,
sus pasos lentos y su eterna abnegación,
Tu madre, sin pretenderlo, te desinfla:
“Deja, puedo seguir haciéndolo”.
La observas, como nunca antes ,
y te conmueve la flor en decadencia
que persiste en atenderte.
La sientas a un lado y comprendes
que es suficiente con su presencia.
La dejas hablar, que te cuente su pasado
como si te lo contara por primera vez.
Comprendes que debes tomar la batuta
y aceptas, en silencio, tu nueva realidad.
El agua corre y se lleva la espuma,
lavar los platos toma otra dimensión.
Amores
Entre jazmines y narcisos,
de exquisitos olores,
me la encontré un domingo
en el mercado de las flores.
Atravesaba los pasillos
con su porte singular,
arrebatando piropos
con su gracioso andar.
Mi corazón caprichoso
se enamoró de su mirada,
me dijo, en un susurro,
¡Yo quiero ser su almohada!
Como esas cosas raras,
que, a veces, brinda el destino,
bastaron mis dulces palabras,
pronto conmigo se vino.
Mi casa, plena de ausencias
por la carencia de amores,
rebosó con su presencia
mis mañanas, de colores.
Sin fotos en las paredes,
en la sala o el comedor,
ahora tengo algunas
donde salimos las dos.
La gente, que no entiende
las cosas que tiene el amor,
me critica entre dientes,
cuando paseamos al sol.
¡Vean cómo la abraza!
¡Observen cómo la mira!
Los ojos le están brillando
como luceros de niña.
¿Acaso no tiene espejos?
¿No se ve las arrugas?
Parece que la soledad
le hace perder la cordura.
Con los privilegios claros
que me concede la edad,
puedo pintar, como quiera,
el lienzo de mi soledad.
En las noches tranquilas
yo la saturo de besos,
ella me gruñe bajito,
mientras muerde su hueso.
Qué me puede importar
que pueda causar rumores
aquella perrita sin dueño
del mercado de las flores.
Hojarasca
Hice míos del día gris,
el ronco murmullo de la arboleda,
la danza de las hojas sueltas
a merced de los caprichos del viento,
la complicidad de un banco,
nave sin brújula de mis desvaríos,
la intangibilidad de la nostalgia,
la densidad de los recuerdos.
El viento silba…
Presagio de lluvia…
Por el parque corren los niños
con sus mochilas de ilusiones a cuesta;
se apresuran para llegar a la escuela.
Frente a esa vida que reverdece,
¿por qué el alma se espesa
y la hora se vuelve incierta?
El aire se desmigaja
en la escarcha que precede al aguacero.
No intento escapar.
Al fin y al cabo,
¿hace cuánto tiempo
que llevo la lluvia dentro?
La soledad no decrece,
aunque la rodeen multitudes y conciertos.
El mundo de hoy toma distancia
del que conocieron mis años nuevos,
de una generación que despertaba
a la utopía de transformar el mundo,
entre consignas de amor y paz
y florecillas psicodélicas.
Los sueños de entonces naufragan
y yo trato de sobrevivir
entre las aguas de códigos ajenos.
Entretanto,
seguirán cambiando las cosas
a la marcha fiera de los acontecimientos;
yo seguiré andando, a pasos lentos,
entre las dudas y el desconcierto,
partícula de polvo extraviada
en la hojarasca de los nuevos tiempos…
Por primera vez
Para completar su dicha,
le abrieron las cancelas,
la niña no es una niña,
hay que dejarla que crezca.
La novata amazona,
alegre, toma las riendas
para cruzar los campos
con flores de primavera.
El sol, como de costumbre,
viste de lentejuelas,
pero, para ella, el astro
trae centellas nuevas.
Cuando llegue la tarde
con el ramillete de sombras
y algún tímido lucero
se le arrodille a la luna,
sola, por primera vez,
Artemisa enamorada,
con el joven de sus desvelos,
saldrá a cazar quimeras.
Mientras pinta de rosa
sus labios, frente al espejo,
con el corazón contento,
sin inquietarse siquiera,
deja sus trajes de niña,
los lacitos, las tobilleras,
sus ositos de peluche
y las fiestas de matinée.
Ahora lleva el aroma
de las gardenias abiertas,
la castidad del capullo
el brillo de las estrellas,
una blusa floreada
que le prestó su hermana,
un par de tacones nuevos,
las ilusiones despiertas,
los zarcillos de esmeraldas
que, tanto, cuida su madre,
y la medallita de la Virgen,
que le obsequió su abuela.
Porque el amor es tan grande
que no le cabe en el pecho,
está pensando que no,
pero, deseando que sí.
En la lucha menguada,
entre pasión y conciencia,
se deslizan las caricias
por las cuestas del alma.
Con las ráfagas de viento
se va la voz de mamá
y viene la de una tía
con sus dejos de tristeza:
“La castidad no me valió
para no quedarme soltera”.
Por eso, poco le ayudan
el sonajero de los grillos,
la ronda de las luciérnagas
y el resplandor de la luna
para extinguir las llamas
que, beso a beso, la queman.
A conciencia
No hizo falta un revólver
apuntándome la sien
o una soga de henequén
aprisionándome el cuello.
Como torero en la arena,
sin compasión, ni mesura,
te despojaste del capote
para propinarme la herida.
El estoque de tus palabras,
aquella noche desierta,
dio la estocada certera,
en el centro de mi Universo;
los poemas y las canciones,
las caricias y las promesas,
fueron granos de arena
esparcidos por el viento.
Mi corazón de mujer,
a pesar de lo inexperto,
sujetó su profundo dolor
detrás de la pena ajena;
no tenías por qué saber
que tras de mi falso orgullo,
destrozabas mi Universo
y me dejabas sin estrellas.
Hundida en la oquedad
de esas horas tan negras;
no creas que me embargó
algún sentimiento mezquino;
sólo siento en el alma
un resto de aquella tristeza
sí, por azar, te encuentro
en algún recuerdo perdido.
A conciencia te entregué,
desechando mis principios,
mi lecho de sábanas blancas
y las frutas de la inocencia;
cuando el amor es tan grande
y por los poros del alma brota
a una le da por fantasear
que el otro siente lo mismo.
A veces
Viento…
Golondrina…
Nube…
Río…
Brizna…
Ocaso…
Cuando te miro y siento,
mundo,
a veces,
quisiera ser
o desaparecer...
Victoria
Se puede llegar al fondo, quedar aplastada
como la hierba en el fango;
caer mil veces en las calzadas de la vida
y acabar con las rodillas del alma destrozadas;
cambiar el rumbo a tu antojo
y rodar por el abismo de tus equivocaciones;
sentir el corazón muerto
y preguntarte cómo puedes seguir respirando;
creer que no vales nada y que te esperan
las noches infinitas y los infiernos de Dante…
Sin embargo, con un pequeño rayo de luz
que ilumine tu esperanza, puedes emerger,
como una florecilla, entre las grietas del concreto,
y vencer.
Alma desnuda
No es que me da por hurgar
entre los laberintos de la
filosofía,
ni es el ocio de las horas que se hunden
bajo el haz de los crepúsculos;
son las mismas interrogantes
de una corta larga vida,
las que brotan cualquier tarde
o en el insomnio de una madrugada fría.
Queda menos para llegar a mi
destino,
vasto y misterioso ha sido el recorrido,
me han azotado algunas fuertes lluvias
y he navegado bajo los cielos limpios;
en el núcleo del orbe que me circunda,
con las cosas sencillas que me
gratifican,
me pregunto con qué ojos nos ve Dios,
cuando da su bendición o su castigo.
¿Acaso vale más la vida de unos,
frente a la de tantos desafortunados?
Fui andando por el rumbo de otros credos,
por sus libros sabios y consagrados;
en ese viaje fue mayor mi desconcierto,
no pude hallar la luz a mis conflictos.
Con la fe en la cuerda floja me pregunto,
sin querer blasfemar u ofender:
Si Dios desea un rebaño de corderos
con gríngolas que orienten su Palabra,
¿por qué dar a su imperfecta creación,
el raciocinio y el libre albedrío?
La historia es una larga procesión
de indolencias, injusticias y maldades;
ayer lanzaban humanos a los leones,
hoy los métodos son más sofisticados;
entre tantas ignominias y crueldades,
creo que a pocos Dios ha castigado.
Sí Jesús murió por acercarnos a Él,
¿por qué siento que más nos alejamos?
Los poderosos, del pasado y del presente,
dueños de guerras, crímenes y ruinas,
mueren laureados, con medallas y honores,
sin pagar por las secuelas de sus actos;
entre tanto, muchos niños van perdiendo
la inocencia entre misiles y penurias,
rotos sus juegos, sus sueños, sus futuros,
cuando la vida aún no le han quitado.
Es sencillo endosarle al diablo
las culpas de este mundo tan atroz,
justificar el sufrimiento existencial
con el karma de una vida anterior;
librarse de todos los pecados
con los rezos que ordena un confesor,
a sabiendas que a la vuelta de las horas
se caerá, de nuevo, en tentación.
Conformarse porque pronto será el día
de la batalla entre Dios y Lucifer
y alcanzar con la licencia de la Biblia,
las tierras prometidas del Edén.
Así vamos caminando por el mundo,
presumiendo ser dueños de la verdad,
sin preguntar si será una entelequia
la trayectoria hacia la eternidad.
No deseo ser como esos faros
que se han quedado sin farero y sin luz,
brizna extraviada a merced de las estrellas,
nave sin norte, golondrina sin sur;
sin embargo, al contemplar la realidad,
¿cómo puedo dejar de cuestionar?
A ese Dios que parece nos observa
y no ignora lo que arde en las conciencias,
¿cómo ocultarle el crisol de mis pesares
y las rebeldías de mis pensamientos?
No sé si encontraré mi propia luz
o si dispongo de tiempo para ello;
en medio de la fuente de los
enigmas,
a la hora de mi última visión,
si acaso Él se encontrara a mi
lado,
le confiaré mi confusa alma desnuda,
que decida si merezco, por mis dudas,
su clemencia y su santa bendición.
Careta
Dicen conocerte
porque te ven todos los días
con la prístina gentileza
de los espíritus sencillos.
Piensan que no sufres
los dolores del mundo
porque por tus labios
sólo manan sonrisas.
Creen que pueden confiar
en la bondad de tu alma
porque desconoces
diferencias y distinciones.
Detrás de esa careta,
eso muy pocos los saben,
las experiencias de la vida
te enseñaron a ser como eres.
Reconciliación
Un solo gesto de cariño
y me hubiera liberado de la aflicción
que no acaba por irse.
Quiero reconciliarme
y no puedo.
¿Cuántos demonios se instalaron
en su alma de niño?
¿Quiénes masacraron su fe?
Él, extraviado en las dunas de su amargura,
no avistaba que yo,
confundida e invisible,
me desvivía por un gesto de cariño suyo.
Quiero creer que me quiso,
porque si las plantas resplandecían
bajo la tutela de sus manos
y los animalitos callejeros
conquistaban un espacio
en los enigmas de sus sentires,
yo, cuña de su tronco,
por derecho propio,
debía poseer, al menos,
un astilla de su insondable corazón.
Si me quiso,
¿por qué nunca se apartó de mi
esa sensación de desamparo?
Infancia con jardines
de tristes mariposas
y el deseo de un padre
hecho a semejanza de los otros;
aquellos que, como gorriones,
abrían sus alas en el parque
o a la salida de la escuela,
para volar con sus hijos
hacia sus vidas de ensueño,
vidas que me colmaron el alma
de inofensiva envidia.
En la habitación, sumergida
en la laguna de los misterios nocturnos,
la danza de los monstruos,
muchas veces, no me dejó
dormir.
En su claustro de caracol,
se volvía inaccesible;
a cambio de sus sonrisas,
ofrendó sus huesos
para atravesar las mareas del destino.
Si aprendió a remendar
los agujeros de la subsistencia,
¿por qué no mi afligido corazón?
Así, sin acostumbrarme a su distancia,
acabé por cruzar, a tropezones,
los derroteros de mi suerte.
Una mañana de sol opaco,
lirio vencido, alma libre,
se acabaron sus martirios
y comenzaron los míos:
¿Por qué no pude ser
la hija que debí?
No servían los lamentos.
¿Lo recibieron sus dioses?
¿Se encontró con sus ancestros?
¿Qué nos separaba?
¿Fuimos islas rodeadas
por las mareas de nuestros miedos?
El alma pide a gritos
que perdone… y me perdone.
Lo intento y, a ratos, lo consigo.
Pero, cuando aquella niña
que pedía un poco de su cariño
aparece, en contra de mis deseos,
me doy cuenta de que el dolor persiste
y que aún no logro
reconciliarme con él.
Celebrar la vida
Abro los ojos y siento la dulce sensación
de un paseo por sueño hermoso;
la aurora extiende su mantilla
y los pájaros comienzan, con sus trinos,
a celebrar el nuevo día.
Hoy ignoraré, a voluntad,
el botón de las preocupaciones.
porque, al canto de los pájaros,
¡también deseo celebrar la vida!
¡Ah, qué clara está la mañana!
Tomaré la fruta con la mano
que se impregnará de la fragancia
que desprenden los limones frescos.
La sentiré que aromatiza,
como nunca lo había hecho.
El desayuno aguardará por otra hora,
me alejaré de la cafeína,
los carbohidratos y las albúminas;
mi apetito se rendirá a las delicias
de maná del cielo y de la esperanza.
Me asomaré al balcón,
como todos los días, pero…
¡El corazón me dice que hoy será distinto!
Le cantaré a los helechos
y bendeciré al árbol noble que murmura
al paso sobrerano de la brisa.
Saldré con mi mascota,
yo, vuelta sonrisas, ella moviendo la cola,
y lanzaré al viento los “Buenos Días”,
aunque el vecino, no sé si hosco o triste,
por enésima vez, no responda.
Caminaré al ritmo de la alegría,
bajo la mirada franca del cielo,
entre el fragor de los autos y las vocerías.
Y sí a las nubes les da por arrojar,
casualmente, sus guirnaldas cristalinas,
bailaré, como niña, y cantaré con la lluvia.
Aquella dulce mirada
Una mirada les bastó
para enlazarles la vida
con un amor a medida
de los deseos de los dos;
cantando la misma canción
se fueron por el camino
con una copa de vino
y el alma llena de flores;
con el sol de los amores
dibujaron su destino.
Ella ofreció sus besos,
él, la dicha completa,
rebosaron sus maletas
de baladas y de versos;
convictos de amor confesos,
devoraron las estrellas,
las lejanas lentejuelas,
testigos de aquel cariño
que se dieron, como niños,
aquellas noches tan bellas.
Sometidos a la pasión,
consumidos por las llamas,
ella le confió el alma,
él, su varonil corazón;
embriagados de ilusión,
jugosas, como cerezas,
se hicieron tantas promesas
que hasta el mismo futuro
les daba como seguro
una infinita querencia.
Pero, las cosas nunca son
como las quiere cualquiera,
quizás, en la primavera
se desmaye un girasol;
después de tanta emoción
y del amor con enredos,
aves de un mismo credo,
fueron a tocar la luna,
en la sombría laguna,
se les deshizo en los dedos.
Con los corazones unidos,
por dos distintos senderos,
debieron ver los luceros,
cada uno en su nido.
El destino atrevido
fue arrastrando las hojas,
con una honda congoja
tuvieron que atravesar
las inmensidades del mar
y lo largo de las horas.
Ahora, cada mañana,
con la lluvia o con el sol,
ella, asomada al balcón,
él, viendo por la ventana,
ambos las vidas gastadas
y con una vieja emoción,
recuerdan aquella canción
que les dejó estampada
aquella dulce mirada
que les robó el corazón.
Lo es todo
Me da por deleitarme
con los aromas de la madrugada,
en la hora que se desplaza
al ritmo de la respiración
de los profundos durmientes.
Me deslizo entre las sombras,
como un fantasma sereno,
y me asomo a la ventana;
el alma se embriaga
con el sigilo de la calle desierta.
La sala huele a mí:
los libros en la biblioteca,
los discos, las fotos familiares,
los souvenirs de mis viajes…
Una vida plasmada en objetos.
¿Qué pasará con ellos?
¿Eso tiene importancia?
Medito sobre la levedad de la existencia
y la incertidumbre de mi tiempo…
Sin mirar atrás, me pregunto:
atesorar cosas, ¿lo es todo?
¡Como si no hubiera un pasado
tejido con el estambre de los años!
¡Un caudal de vivencias
en el océano de los recuerdos!
Me sumerjo en ellos...
Con la luz del nuevo día,
tomo un libro cualquiera y sonrío;
sentir que la travesía ha sido grata,
en contra de los pesares,
¡lo es todo!
Libre albedrío
Azotada por las penas
que le ha arrojado la vida,
con las ilusiones marchitas
y la trenza de sus desventuras,
como un animalito vencido,
que no entiende su pecado,
va caminando la joven
sobre sus sueños de arena.
Sin auroras en sus días,
ni luceros en sus noches,
le parece que las nubes
ya no vestirán de luz y nácar,
si nunca más sus flores
encontrarán la luz del sol,
¿de qué le vale recoger
las hilachas de su suerte?
En el cielo la están mirando
y vigilan sus pensamientos;
saben que, por poquito,
ella se libra de sus tormentos.
¿De qué sirve el libre
albedrío,
sí pende sobre las almas
la aterradora promesa
de las llamas del infierno?
Tal vez, no era el momento,
quizás, lo sea mañana,
o puede que la fortuna
la lleve por otros senderos;
si los hados del sufrimiento
siguen desgarrándole el alma,
hará uso de su albedrío
y se echará a volar.
Como solíamos hacer
Llevo tu corazón conmigo
(lo llevo en mi corazón)
nunca estoy sin él…
Edward Estlin Cummings
Pensar en ti es una bendición
porque me hace sentirte cerca.
Entre los amores francos, ¿sabes?,
se desvanecen tiempos y distancias.
De tanto pensarte,
te sueño con frecuencia;
es el único modo de disfrutar
de tu perenne sonrisa
y tu vocecita de niña buena.
Te veo jugar con tus cabellos,
como acostumbrabas hacerlo,
y corro a abrazarte;
despierto y el deseo
se extravía en la Nada.
Con u habitual travesura,
tomaste mi boleto y te fuiste,
a sabiendas que era yo,
privilegio de hermana mayor,
quien debía ir por la estrella.
Con el favor de los días,
he aprendido a vivir con eso;
en vez de dolor y lágrimas,
sonrío por nuestras vidas juntas,
frente al sol de los recuerdos.
Cada noche es una despedida
porque debo atravesar
los senderos ineludibles del sueño;
despedidas de poco tiempo
y promesas de reencuentro.
Cuando llegue el momento
y nos volvamos a encontrar,
nos pondremos al día,
reiremos, hasta las lágrimas,
y pasearemos a nuestras mascotas,
como solíamos hacer.
Aunque ahora no me quieras
¿Qué sucede, amor mío?
¿Por qué te quedas callado?
Aunque ahora no me quieras,
siento que me has amado.
Si, al final, fue una quimera
y las flores se marchitaron…
Volverá la primavera
a los jardines de nardos.
Yo iré con sonrisas nuevas,
estrenando los zapatos,
habrá otro que me quiera
con el haz de mis pecados,
con parches en el alma rota
y el corazón despedazado,
con mis canciones viejas
y mis labios degastados.
Porque los usamos a la buena
y usados han quedado,
no significa que no pueda
besar como en el pasado.
Y si él no comprendiera
que otras veces he amado,
me cambiaré de ruleta
y lanzaré otra vez los dados.
Puedes quedarte tranquilo,
no le temo a los hados,
a la vuelta de la esquina
el amor me estará esperando.
Aunque ahora no me quieras
y me hayas olvidado,
no será la vez primera
que yo busque otros brazos.
El ronco murmullo de los árboles
Despertar sobre la almohada
al estallar la alborada,
con la conciencia de un niño
y los pensamientos serenos,
luego de un sueño extraño,
ingrato o placentero,
o de una noche de insomnio
moteada de viejas memorias.
Antes, pasaste las horas
escribiendo unos versos;
entre las frases hermanas
de tu libro de cabecera;
escuchando a Debussy,
a Barry White o Alí Primera;
o con la mirada ausente
frente a una película cualquiera.
Recibes la mañana
con sabor a promesa nueva,
y con tus largas utopías,
reorganizas tus ideas;
te volteas en la cama
para besar a tu pareja
o la mascota que, hace ratos,
pide salir afuera.
Caminas por la calle
y sorbes el maná del aire;
se te antoja que los pájaros
ofrendan trinos nuevos;
en la placidez de un parque,
con el ronco murmullo de los árboles,
abres los brazos para agradecer
por la fortuna de otro día...