miércoles, 16 de julio de 2014

LA CASA DE LA TÍA MOMA


Sí, la casa de tía Moma es maravillosa, pero, al oscurecer, cuando los habitantes del pueblo duermen, se sumerge en un abismo de tinieblas. La hiedra trepa por las paredes, las arañas abandonan los escondites y los murciélagos salen de las sombras.
Durante el día es encantadora. Cuando los hilos de sol se mezclan con los jirones de la madrugada, el cielo se pinta de rosado. La casa resplandece como una estrella de colores. Las palomas picotean sobre las tejas y las cortinas de las ventanas parecen girasoles que juegan con el viento.
Deliciosos aromas salen a la calle y despiertan el apetito de los niños que van al colegio. Dicen que las paredes saben a caramelo, vainilla y chocolate. Sin embargo, cuando llega la noche, todo cambia porque la casa de tía Moma esconde un espantoso secreto.
No hay una persona en el pueblo que pueda decir quién la construyó, ni cómo ni cuándo. Un día estaba allí, hermosa y acogedora. Luego llegó tía Moma. Una mañana se le vio cortando las hojas secas de las matas. Para los vecinos fue como si viviera allí desde siempre.
Los gatos obesos y los ricos aromas atraían a los niños. Se hizo costumbre que, después de clases, pasaran por donde la dulce tía. Las risas infantiles recorrían las habitaciones y escapaban, como canarios, por las ventanas. Entonces, como por encanto, las mariposas aparecían en el jardín, brillantes y maravillosas.
El rumor llegó a todos partes: tía Moma tenía una maravillosa colección de juguetes. Los niños podían jugar con todo lo que desearan, hasta con lo más extraordinario que pudieran imaginar. La casa era mágica y nada era imposible.
De pronto comenzó a pasar algo raro. Todo palidecía, como si un manto fantasmal cubriera parques, calles y casas. Los niños entristecían sin saber por qué. Padres y maestros se preocupaban, hasta que notaron que, cuánto más tiempo los niños pasaban con la anciana, mayor era la tristeza. Y mientras más crecía ésta, más bella era la casa. Tía Moma era una señora cariñosa, pero había que averiguar. 
En las afueras del pueblo vivía un sabio que conocía todas las historias del mundo. Por eso la gente no dudó en acudir a él.  Sin más, dijo:
-Es el momento de sacudirles la memoria.
En la medida que hablaba, todos comenzaron a recordar. La casa de tía Moma era una casa que fue abandonada mucho tiempo atrás. Y en algún momento de ese tiempo, el pueblo fue atacado por el olvido.
-Antes de eso-continuó el sabio, era la más alegre de las casas, pero sus ocupantes se fueron para no volver. Ella los esperó hasta que el largo río de los años la transformó en un esperpento. Al principio tenía la esperanza de que regresaran, porque las casas no eran para estar desocupadas. Por eso se creían ajenas a la soledad.
-¿Qué pasó después?-le preguntaron.
Según él, cuando las flores se marchitaron y la fuente se secó, los pájaros desaparecieron. La casa comenzó a hundirse entre los matorrales y la tristeza. Se desvencijaban las puertas y las ventanas. La gente comentaba al pasar: “¡Qué fea!”, “¡Es una vergüenza!”, “¡Deberían derrumbarla!”
Luego decía que ojos diabólicos se asomaban a través de los vidrios rotos. Por eso, cuando los niños entraban a los jardines descuidados y algún un gato en cacería hacía crujir la hierba seca,  escapan dando alaridos:
-¡Ahhhhhhhhh, corran que nos atrapan!
La casa, antes tan bonita, apartó su tristeza y se llenó de amargura.  Pronto  se convertiría en una cáscara maléfica.
El sabio dejó de hablar. Todos estaban asustados. ¿Cómo lucía entonces la casa tan hermosa? Sólo era posible por la influencia de un monstruoso encantamiento. ¿Los niños estaban embrujados?
-¡Vamos allá!-gritó la multitud-Hay que acabar con la anciana siniestra.
Tía Moma ya no era gentil ni bondadosa.
-¡Esperen-exclamó el sabio-, debo decirles cómo combatirla!-pero nadie le hizo caso.
La anciana escuchó el griterío y se asomó a la ventana. No le causaba extrañeza. Salió al jardín y se mostró más encantadora que nunca. 
-Pasen, por favor.
Para sorpresa, los habitantes del pueblo entraron como corderos. Un mundo  de cosas fantásticas los esperaba. Al momento, todos jugaban y reían como chiquillos. Las mariposas aparecían y coloreaban la tarde. Ellos olvidaron de nuevo. La misteriosa anciana sonreía. A la semana, hombres y mujeres también entristecieron.
Es media noche. La luna se cubre de nubes invernales.  Moma juega con las mariposas en cautiverio. Cada vez son más. Qué importa que la casa esté fea. Será por unas horas, cuando todos duermen y no la ven, cuando todos sueñan y no la visitan. Pero, en la mañana, apenas despierte la luz, las soltará. En las alas llevarán trocitos de la alegría del pueblo. La alegría embellece. La casa nunca más estará sola. Tía Moma es el alma de la casa. Ella está feliz.

Olga Cortez Barbera

sábado, 12 de julio de 2014

CRISÁLIDA



Sufro de pesadillas. Cualquiera diría que llevo una vida retorcida o me dejo atrapar por los bajos instintos. Eso sí me sumo a la creencia de los que afirman que los sueños son, algo así, como el reflejo de las experiencias diarias o de los apetitos reprimidos. Soy una persona normal que no le hace daño a nadie. Salvo una vez que pensé en apartar el pie del freno frente al motorizado que venía en sentido contrario y abolló mi auto. Sólo fue un pensamiento que duró una fracción de segundo.
 Es cierto que, a veces, lanzo maldiciones y oculto inconfesables deseos. Como cuando a la vecina de al lado le dio por explotar su vena musical, tocando, a primera hora de los fines de semana, un violín que sonaba como un montón de clavos sobre el metal; o cuando ascendieron a la joven de busto alegre y a mí me hicieron a un lado; o cuando supe que mi esposo “cien por ciento fiel”, según sus palabras, me engañaba con su asistente. A todos quise verlos muertos, pero del dicho al hecho…
Sin embargo, esos acontecimientos no me produjeron pesadillas, quizás porque la ira y el despecho no me dejaban dormir, hasta que las cápsulas contra el insomnio vinieron en mi auxilio. Una vez vencida la ira, comencé a sentirme bien y comprendí que era una pérdida de tiempo andar rumiando por los rincones, mientras los demás continuaban con sus vidas muy contentos.
Mis pesadillas empiezan en sueños bonitos que terminan en tragedia: tigres malayos en barcas fenicias que atraviesan ríos inverosímiles y que, de pronto, se alejan de su postura monárquica para devorarme con sus fauces endemoniadas; libélulas de oro en campiñas indescriptibles, hasta que se introducen por las cuencas de mis ojos y me dejan ciega; flores de fragancias exóticas, cuyos pétalos se desbaratan, como el pergamino puesto al fuego, sobre el ataúd donde yazco, sin posibilidad de retorno a la existencia… Y despierto con el sabor, el aroma y los colores de la angustia, dando gracias porque todo no ha sido más que una irrealidad.
Anoche fue distinto, soñé que corría sobre arenas diamantinas y bajo un cielo de cuarzo, con una sensación de alma al garete, de polilla a la deriva. Entre el rumor de las olas y borrascas de bienestar, pensé: si esto es un sueño, no quisiera despertar.  Como es de suponer, lo hice.
¿Era el sueño la premonición de un día diferente? Hoy la empresa me aumentó el sueldo, el banco aprobó el crédito y, para exaltar mi felicidad, nació mi nieto. Un niño saludable y hermoso. Luego de ver a mi hija, salí de la clínica, bajo un sol toscano y una brisa de costa marina. Me absorbió la barahúnda propia de esta ciudad cosmopolita. En una tienda compré un montón de cosas para mi nieto recién nacido. En casa decidí terminar de acomodar el cuarto donde mi hija pasaría el post-natal. Tomé la escalera para colgar las  cortinas:  
-Termino, tomo un té y me acuesto.
Quiero tener un sueño como el de ayer, pero estoy sumergida en una pesadilla. La peor de todas, después de sentir una paz como nunca. Por la ventana entraba la brisa fresca y el cielo lleno de estrellas. Un bello espectáculo que se diluyó con el vértigo. Entonces, me volví incorpórea e ingrávida y pude acercarme a los astros, hasta que caí en el horror que atravieso. Estoy en un lugar extraño y frío. Las voces y las sombras me confunden. ¿Monstruos de la infancia o fantasmas de la adultez? ¿Secuaces de la muerte? Me estremezco. Quiero escapar, pero no puedo moverme, como si estuviera amarrada, prisionera en una crisálida gigantesca. Grito con todas las fuerzas y sólo escucho un ronco resuello. “¿Podré salir de esto?”, pregunto. “Nunca”, es la respuesta.
Las sombras se retiran. Aterrada y parapléjica, siento de nuevo el vértigo. No debí subir a esa escalera. Pero, ¡deseaba tanto recibir a mi nieto con las cortinas nuevas! Intento romper el capullo, que apenas me deja parpadear, para verme convertida en polilla. Es en vano. Cierro los ojos con el profundo deseo de no despertar.
Olga Cortez Barbera
Imagen: es.123rf.com

CIEN SONETOS DE AMOR


       
Soneto XVII

Pablo Neruda

No te amo como si fueras rosa de sal, topacio 
o flecha de claveles que propagan el fuego: 
te amo como se aman ciertas cosas oscuras, 
secretamente, entre la sombra y el alma. 
Te amo como la planta que no florece y lleva 
dentro de sí, escondida, la luz de aquellas flores, 
y gracias a tu amor vive oscuro en mi cuerpo 
el apretado aroma que ascendió de la tierra. 
Te amo sin saber cómo, ni cuándo, ni de dónde, 
te amo directamente sin problemas ni orgullo: 
así te amo porque no sé amar de otra manera, 
sino así de este modo en que no soy ni eres, 
tan cerca que tu mano sobre mi pecho es mía, 
tan cerca que se cierran tus ojos con mi sueño.