lunes, 28 de marzo de 2016

ENCUENTRO URBANO

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— ¡Marlene!
El grito se precipitó hacia el otro extremo de la avenida. Allá estaba ella, en evidente desafío al destino y a la ciencia, defendiendo la bufanda de los ataques del viento en caracolas, con unos kilos de más y un sembradío de canas en la cabeza, pero claramente reconocible, al menos para Laura, que también reflejaba las transformaciones de la edad. Marlene atrapó la voz entre la multitud. Al voltear y ver de quién era, sonrió ampliamente, con el sol de la sorpresa. Para quien las conociera, había muy poco en ellas de las fotos de antaño. Sin embargo, se vieron como si las cuatro décadas pasadas no les hubiera ocasionado algún cambio. Tal vez el reconocimiento fuera más allá del aspecto físico, una masa de energía que las llevaba a distinguirse  entre las brumas del tiempo y la distancia.
Laura había perdido la esperanza de ver de nuevo a la amiga de la niñez. Marlene se había casado con un extranjero que se la pasaba viajando de continente a continente para ejercer funciones diplomáticas. Y ella, con un ejecutivo que debía establecerse periódicamente en las diferentes ciudades del país. En algún momento, entre los traslados del diplomático y las mudanzas con el ejecutivo, habían perdido el rastro, y la relación de hermanas que disfrutaban, se sumergió en el seno de la nostalgia. Ahora no la perdería de nuevo. Le hizo señas con la mano para que la esperara.
Mientras germinaba la luz de paso del semáforo, Laura aspiró el aroma del pasado, de aquel día en que la separaron de la seguridad del hogar para llevarla, por primera vez, a la guardería. En el salón colmado de niños desconocidos, ella se sentía como un cachorro en abandono. Estaba muy asustada. De pronto, una niña la tomó de la mano y le dijo:
—Ven, juguemos con mi muñeca.
Así nació esa amistad. Desde entonces, se les veía juntas con frecuencia. Asistieron a la misma escuela, al mismo colegio y a la misma universidad. No eran posibles los secretos entre ellas, ni travesuras que no compartieran. Como aquella que recordarían en una noche lamentable, en el cuarto triste del hospital... Después, Marlene conoció a Raúl Esteban. Luego, Laura a Rubén Agustín. Cuando entendieron que debían separarse para seguir otros rumbos, juraron no olvidar el fuerte lazo que las había unido hasta ese momento. Al principio, se llamaban a diario; luego, con el crecimiento de la familia, el devenir de las responsabilidades, o por la corriente de la causalidad, se fueron comunicando cada vez menos, hasta que un día se extraviaron sin entender cómo.  
Caminaron hasta un café cercano. Allí, entre “con leches y panecillos”, se pusieron al día: el matrimonio, los hijos, la viudez de una, el divorcio de la otra, la vida profesional, las esperanzas y las desilusiones. Tantos eventos que atravesaron el puente del tiempo. Ahora se prometían revivir la antigua amistad.
—Al menos que se te ocurra irte de nuevo—dijo Laura.
—O que te mudes tú sin avisarme—respondió Marlene.
Entre risas y lágrimas, evocaciones y experiencias, terminó de irse el día. De pronto, guardaron silencio, disfrutando de la paz que les proporcionaba el encuentro. Laura observaba a su amiga. Marlene era el mejor ejemplo de triunfo ante los designios. Si no, ¿cómo explicar lo que había pasado? La marea de los recuerdos se mezcló con el cromo de los crepúsculos. “Laura, vamos a que nos lean las cartas”. Era sencillamente una muchachada, jugar con lo desconocido. Frente a una mujer indescifrable y sobre un paño de fieltro, las amigas aplacaron las ganas de indagar las promesas del futuro. Un futuro con novios increíbles, riquezas que aparecían y triunfos profesionales en abundancia. Todo una maravilla. “¡Anda, Laura, pero que más te dijo!”, “Ah, sí, y que no viajara ni cinco días antes ni cinco días después de mi cumpleaños porque podía sufrir un accidente”, “¡Qué bruja tan charlatana!, a mí me dijo que yo iba a viajar entre los cinco días después de mi cumpleaños y que iba a sufrir un accidente mortal”, “Uh, ¡qué vieja tan loca!”. Al poco tiempo, ambas habían olvidado.
En vacaciones, transcurridos muchos meses, Laura y la familia no pudieron viajar porque una tormenta impedía el despegue de los aviones. Lo dejaron para el sábado siguiente. En la víspera a ese viaje, Marlene le comentó:
¿Sabes, Laura?, mi prima quiere que la acompañe a la playa este fin de semana y, la verdad, es que no tengo ganas.
Oye, yo creo que si no tienes ganas, no lo hagas. Deberías quedarte en casa.
Sí, debería, pero es que me da pena no complacerla.
—Bueno, tú verás. Recuerda que mañana me voy yo.
—Sí, y tú no olvides que el jueves tenemos que ir a la universidad.
Ok, ¿te parece que nos encontremos a las once en la biblioteca?
—Me parece.
Pero Marlene no llegaría. A las cuatro de la tarde, Laura, cansada de esperar, decidió regresar a casa. Un compañero de clases la alcanzó cuando subía al autobús.
—Laurita, ¿has sabido de Marlene?
—No, chico, me dejó embarcada. Y eso no es usual en ella. Debe ser que no ha vuelto de la playa.
—Yo que tú averiguaba. Escuché en la radio sobre un aparatoso accidente. Y si no oí mal, creo que nombraron a una Marlene Alarcón.
El compañero de clases había escuchado mal. A su amiga no podía haberle pasado algo así. Eso pensaba, como si los seres queridos fueran ajenos a las desgracias. Suponía que, cansada del viaje, había preferido quedarse en casa, darle el plantón. Al fin y al cabo, siempre había una primera vez. 

-Prefiero que sea ésto y no lo otro. 
Apenas entró por la puerta, tomó el teléfono. Conmoción y dolor. Su amiga del alma había sufrido un accidente terrible; un choque de automóviles en la autopista, con graves consecuencias... Una noche, en el hospital, enyesada de tórax a tobillo, con fracturas múltiples y contusiones en la cabeza, Marlene la miró mientras soltaba un pequeño grito. Laura le preguntó:
— ¿Qué te duele, amiga?
—Hasta el alma-contestó, haciendo gala de humor, a pesar de su estado-, pero es por otra cosa que grité. ¿Recuerdas lo que nos dijo aquella bruja?
Las palabras giraron en su cabeza y, entonces, la premonición tuvo sentido. ¿Casualidad? Las dos eran del mismo signo zodiacal. Laura no había viajado, a causa de una tormenta, en los días próximos a su cumpleaños. Marlene, desafortunadamente, lo hizo un día después del suyo, con la diferencia de que, en contra de los augurios, había sobrevivido. El tiempo desmintió los diagnósticos clínicos: la imposibilidad de tener hijos, caminar, llevar una vida normal. Ella no estaba dispuesta a dejarse vencer por la adversidad pero, para eso, necesitó rehabilitación, padecimientos y un inmensurable valor.
Ahora estaban allí, contentas por verse de nuevo. Laura cerró la puerta de los recuerdos para mirar a Marlene. ¿Podían reiniciar la amistad, o solo era el deslumbramiento de un encuentro inesperado? Ya no eran las mismas, ¿las animaban otros intereses? ¿Qué pasaba por la mente de su amiga, seguían conectadas?
—Epa, Laura, andas lejos. ¡Deja de soñar! ¿Qué te parece si vamos a que nos lean las cartas?
Por el local se esparció la alegría de las carcajadas. Estaban juntas de nuevo.
Olga Cortez Barbera

Imagen: gabitos.com

UN DÍA - POEMA DE FERNANDO PAZ CASTILLO


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 Un día ya no seremos todos…

Acaso bajo los árboles apacibles de una plaza
de pueblo bañado por el sol,
que se ha quedado dormido entre sus ramas,
mientras los jóvenes de entonces se diviertan,
confidencialmente, casi sin decir palabras,
recordaremos nuestras vidas,
como quien recuerda por una nota una estrofa olvidada.

Y no seremos más que dos o tres,
tan íntimo que todo se nos ha vuelto alma,
sordos para el presente que florece
en las pequeñas cosas cotidianas.

Y así, ausentes y confiados,
como las hojas por la brisa alargadas
hacia la brisa que pasó primero,
hablaremos de cosas tan lejanas
que tienen para nosotros ese encanto
de las viejas estampas.

La tarde irá poniendo su ceniza,
vaporosa y pálida,
sobre la fronda toda crepuscular
de una trinitaria.

La brisa deshojará armoniosamente sobre el césped,
donde el sol afirma sus largas pinceladas
— oro, verde, carmín—,
las flores de una acacia.

Y buenos, porque la vida nos ha hecho buenos,
hablaremos con indulgencia de las cosas bellas y las cosas malas,
de triunfos y dolores que tuvimos
en las horas felices o en las horas menguadas,
y, como la misma tarde,
se nos irán apaciguando las palabras.

En tanto que jóvenes confiados se divierten,
que estrechas parejas de enamorados cantan
y viven su presente efímero,
súbito la noche se hace estrella entre las ramas.

Entonces
sólo quedaremos un grupo, casi de almas,
que el acaso juntó, después de larga ausencia,
una tarde apacible en una plaza.

Pero ya no tendremos pasiones
ni egoísmos. Como los árboles seremos unas llamas
de íntima luz, que ascienden tenazmente hacia la estrella
y se prolongan, y lentamente se adelgazan
hasta volverse una sola canción de hojas y brisa
bajo el frío esplendor de la tarde de plata.

…Así exprimiremos el último gozo de la vida
en una hora honda de renunciación y nostalgia.