—
¡Marlene!
El
grito se precipitó hacia el otro extremo de la avenida. Allá estaba ella, en
evidente desafío al destino y a la ciencia, defendiendo la bufanda de los
ataques del viento en caracolas, con unos kilos de más y un sembradío de canas
en la cabeza, pero claramente reconocible, al menos para Laura, que también
reflejaba las transformaciones de la edad. Marlene atrapó la voz entre la
multitud. Al voltear y ver de quién era, sonrió ampliamente, con el sol de la
sorpresa. Para quien las conociera, había muy poco en ellas de las fotos de
antaño. Sin embargo, se vieron como si las cuatro décadas pasadas no les
hubiera ocasionado algún cambio. Tal vez el reconocimiento fuera más allá del
aspecto físico, una masa de energía que las llevaba a distinguirse entre las brumas del tiempo y la
distancia.
Laura
había perdido la esperanza de ver de nuevo a la amiga de la niñez. Marlene se
había casado con un extranjero que se la pasaba viajando de continente a
continente para ejercer funciones diplomáticas. Y ella, con un ejecutivo que
debía establecerse periódicamente en las diferentes ciudades del país. En algún
momento, entre los traslados del diplomático y las mudanzas con el ejecutivo,
habían perdido el rastro, y la relación de hermanas que disfrutaban, se
sumergió en el seno de la nostalgia. Ahora no la perdería de nuevo. Le hizo
señas con la mano para que la esperara.
Mientras
germinaba la luz de paso del semáforo, Laura aspiró el aroma del pasado, de
aquel día en que la separaron de la seguridad del hogar para llevarla, por
primera vez, a la guardería. En el salón colmado de niños desconocidos, ella se
sentía como un cachorro en abandono. Estaba muy asustada. De pronto, una niña
la tomó de la mano y le dijo:
—Ven,
juguemos con mi muñeca.
Así
nació esa amistad. Desde entonces, se les veía juntas con frecuencia.
Asistieron a la misma escuela, al mismo colegio y a la misma universidad. No
eran posibles los secretos entre ellas, ni travesuras que no compartieran. Como
aquella que recordarían en una noche lamentable, en el cuarto triste del
hospital... Después, Marlene conoció a Raúl Esteban. Luego, Laura a Rubén
Agustín. Cuando entendieron que debían separarse para seguir otros rumbos,
juraron no olvidar el fuerte lazo que las había unido hasta ese momento. Al
principio, se llamaban a diario; luego, con el crecimiento de la familia, el
devenir de las responsabilidades, o por la corriente de la causalidad, se
fueron comunicando cada vez menos, hasta que un día se extraviaron sin entender
cómo.
Caminaron
hasta un café cercano. Allí, entre “con leches y panecillos”, se pusieron al
día: el matrimonio, los hijos, la viudez de una, el divorcio de la otra, la
vida profesional, las esperanzas y las desilusiones. Tantos eventos que
atravesaron el puente del tiempo. Ahora se prometían revivir la antigua
amistad.
—Al
menos que se te ocurra irte de nuevo—dijo Laura.
—O
que te mudes tú sin avisarme—respondió Marlene.
Entre
risas y lágrimas, evocaciones y experiencias, terminó de irse el día. De
pronto, guardaron silencio, disfrutando de la paz que les proporcionaba el
encuentro. Laura observaba a su amiga. Marlene era el mejor ejemplo de triunfo
ante los designios. Si no, ¿cómo explicar lo que había pasado? La marea de los
recuerdos se mezcló con el cromo de los crepúsculos. “Laura, vamos a
que nos lean las cartas”. Era sencillamente una muchachada, jugar con lo
desconocido. Frente a una mujer indescifrable y sobre un paño de fieltro, las
amigas aplacaron las ganas de indagar las promesas del futuro. Un futuro con novios
increíbles, riquezas que aparecían y triunfos profesionales en abundancia. Todo
una maravilla. “¡Anda, Laura, pero que más te dijo!”, “Ah, sí, y que no viajara
ni cinco días antes ni cinco días después de mi cumpleaños porque podía sufrir
un accidente”, “¡Qué bruja tan charlatana!, a mí me dijo que yo iba a viajar
entre los cinco días después de mi cumpleaños y que iba a sufrir un accidente
mortal”, “Uh, ¡qué vieja tan loca!”. Al poco tiempo, ambas habían olvidado.
En
vacaciones, transcurridos muchos meses, Laura y la familia no pudieron viajar
porque una tormenta impedía el despegue de los aviones. Lo dejaron para el
sábado siguiente. En la víspera a ese viaje, Marlene le comentó:
— ¿Sabes, Laura?, mi prima quiere que
la acompañe a la playa este fin de semana y, la verdad, es que no tengo ganas.
—Oye, yo creo que si no tienes ganas,
no lo hagas. Deberías quedarte en casa.
—Sí, debería, pero es que me da pena
no complacerla.
—Bueno,
tú verás. Recuerda que mañana me voy yo.
—Sí, y tú no olvides que el jueves
tenemos que ir a la universidad.
—Ok, ¿te parece que nos encontremos
a las once en la biblioteca?
—Me
parece.
Pero
Marlene no llegaría. A las cuatro de la tarde, Laura, cansada de esperar,
decidió regresar a casa. Un compañero de clases la alcanzó cuando subía al
autobús.
—Laurita,
¿has sabido de Marlene?
—No,
chico, me dejó embarcada. Y eso no es usual en ella. Debe ser que no ha vuelto
de la playa.
—Yo
que tú averiguaba. Escuché en la radio sobre un aparatoso accidente. Y si no oí
mal, creo que nombraron a una Marlene Alarcón.
El compañero de clases había escuchado mal. A su amiga no podía haberle pasado algo así. Eso pensaba, como si los seres queridos fueran ajenos a las desgracias. Suponía que, cansada del viaje, había preferido quedarse en casa, darle el plantón. Al fin y al cabo, siempre había una primera vez.
-Prefiero que sea ésto y no lo otro.
El compañero de clases había escuchado mal. A su amiga no podía haberle pasado algo así. Eso pensaba, como si los seres queridos fueran ajenos a las desgracias. Suponía que, cansada del viaje, había preferido quedarse en casa, darle el plantón. Al fin y al cabo, siempre había una primera vez.
-Prefiero que sea ésto y no lo otro.
Apenas entró por la puerta, tomó el teléfono. Conmoción y dolor. Su amiga del alma había sufrido un accidente terrible; un
choque de automóviles en la autopista, con graves consecuencias... Una noche, en el
hospital, enyesada de tórax a tobillo, con fracturas múltiples y contusiones en
la cabeza, Marlene la miró mientras soltaba un pequeño grito. Laura le preguntó:
—
¿Qué te duele, amiga?
—Hasta
el alma-contestó, haciendo gala de humor, a pesar de su estado-, pero es por
otra cosa que grité. ¿Recuerdas lo que nos dijo aquella bruja?
Las
palabras giraron en su cabeza y, entonces, la premonición tuvo sentido.
¿Casualidad? Las dos eran del mismo signo zodiacal. Laura no había viajado, a
causa de una tormenta, en los días próximos a su cumpleaños. Marlene,
desafortunadamente, lo hizo un día después del suyo, con la diferencia de que,
en contra de los augurios, había sobrevivido. El tiempo desmintió los
diagnósticos clínicos: la imposibilidad de tener hijos, caminar, llevar una
vida normal. Ella no estaba dispuesta a dejarse vencer por la adversidad pero, para eso, necesitó rehabilitación, padecimientos y un inmensurable valor.
Ahora estaban allí, contentas por
verse de nuevo. Laura cerró la puerta de los recuerdos para mirar a Marlene. ¿Podían
reiniciar la amistad, o solo era el deslumbramiento de un encuentro inesperado?
Ya no eran las mismas, ¿las animaban otros intereses? ¿Qué pasaba por la mente
de su amiga, seguían conectadas?
—Epa,
Laura, andas lejos. ¡Deja de soñar! ¿Qué
te parece si vamos a que nos lean las cartas?
Por
el local se esparció la alegría de las carcajadas. Estaban juntas de nuevo.
Olga Cortez Barbera
Imagen: gabitos.com