jueves, 4 de diciembre de 2014

¿DESTINO SIN REMEDIO?


 

El tren iba a la marcha del paso del tiempo sin importancia. A ella no le preocupaba; estaba segura de que llegaría en el momento preciso. A través de la ventana, podía contemplarse el tapete amarillo que se extendía hasta el infinito. La joven se preguntó qué sortilegio impedía a esas flores no sucumbir al aguacero pertinaz, resto de una tempestad de consumación de los mundos que arrastró techos y tendederos, pero que no tuvo la fortaleza de hacer lo mismo con el campo florido. Sintió el deseo de bajar del tren para ver mejor las flores. No hubo necesidad. De pronto,  en una inesperada levitación, éstas se transformaron en mariposas de oro que volaron hacia ella. En la distancia pudo vislumbrar al hombre que le sonreía. Sin conocerlo, supo que era Mauricio, el que ostentaba un apellido que tenía el origen en una ciudad de la antigua Baja Mesopotamia: Babilonia. Una mariposa entró por la ventanilla y posó sobre sus cabellos. Con ella en la cabeza, la joven era aún más hermosa. Vio que la gente se preparaba para bajar en la estación.
-Bien-dijo-, ya era hora.
Había esperado mucho. La espera suele alargar la cinta del tiempo. Cuando supo que él abandonaba el oasis de los laureles terrestres para mudarse a la región de los sin sentidos, ella decidió abandonar su paraíso y hacer lo mismo. Él quizás iba con el propósito de continuar amoldando destinos a su antojo. La joven supuso que el suyo ya no tenía remedio, pero, al menos, tendría la oportunidad de que él la escuchara y le diera una explicación. Mientras otros corrían bajo la lluvia, ella caminaba tranquila. El agua no mojaba la túnica que le cubría el cuerpo. A pesar de eso, la bella joven proclamaba, en silencio, que no llevaba nada debajo de la delicada tela. Pero, ¡que alguien intentara propasarse! Leyó el aviso: Café de los Espacios Perdidos. Apenas ingresó, los hombres, al verla, entraron en conmoción, sobre todo uno, que se levantó de la silla y corrió a su encuentro:
-¡Remedios!-exclamó el hombre-Vamos a la mesa de aquel rincón. No quiero que te molesten.
-Ni que lo intenten, Gabo, ni que lo intenten.
-¿Qué haces aquí, muchacha, no te envié a las tierras del sin retorno?
-¡Por supuesto que sí! No obstante, cuando supe que venías aquí, decidí seguirte. Seguro que creíste que yo no tenía el seso suficiente para encontrar la forma de escapar y venir en tu búsqueda.
-Nunca pensé que no fueras inteligente…
-Entonces, ¿por qué creaste esa dualidad sobre mí? De pronto, me sentía tocar la gloria, cuando me presentabas como un ser único, alejado de la vulgaridad mundana. Esa sensación no duraba. Unas líneas más y me convertías en un ser pueril, sin objetivos ni aspiraciones. Deseo aclararte algo. Las cosas que le dije al mirón aquel (¿recuerdas?), que estrelló la cabeza contra el piso, por satisfacer sus ganas de verme bañar, no fueron por simpleza; al contrario, era una forma de evitar que me forzara a hacer lo que yo no estaba dispuesta. En cuánto al amor… ¡El amor! ¿Te preguntaste alguna vez si me hubiera gustado enamorarme, sentir el estremecimiento de una caricia, la pasión de un beso? 
-A eso le tuve pánico, Remedios. A que te enamoraras…
-¡Cómo, Gabo, si eras mi Pigmalión! Tú esculpiste la efigie de palabras más bella del universo. No existe otra como yo en biblioteca alguna. Quería amarte, entregarme a ti, más que con mi belleza, con mi forma particular de ver la vida, lejos de los prejuicios humanos. No obstante, tu pluma me lo negaba. Y cuando pensé que me lo permitirías, luego de tantos infortunios, despaturrando hombres cautivados, con un simple soplo de creatividad literaria, me mandaste a la eternidad. Por eso, en un capricho infantil, por rebeldía, pero con oculta intención, me llevé la sábana de bramante de Fernanda. Intuí que nos veríamos de nuevo. Y te podría mostrar todo lo que podíamos hacer sobre ella.
-Yo también, mi Remedios, sabía que volveríamos a vernos. No sabes que larga se me hizo la vida esperando este momento. Te hice pura, cándida y medio despistada. Algo así como para quitarle brillo a tu extraordinaria belleza. Sin embargo, cuando me di cuenta de que los hombres seguirían muriendo por ti, y que yo corría el riesgo de que sintieras compasión y, luego, te enamoraras de alguno de ellos, no me quedó otro camino que alejarte. No me odies por eso.
-¿Cómo odiarte sí, a pesar de todas las cosas, me hiciste inmortal? Además, sé que me amas por sobre todas tus creaciones, y por sobre todas las mujeres terrestres que te amaron, y que no les fue posible recibir este tipo de sentimientos que sólo se encuentra frente al hogar encendido de la literatura. Mira, ha dejado de llover.  Abandonemos este lugar. Demostremos que sí hay estirpes que no están condenadas a la soledad y que, lejos de la simpleza terrenal, pueden tener una segunda oportunidad.


Olga Cortez Barbera
Imagen: coroflot.com

Frases célebres Gabriel García Márquez



La peor forma de extrañar a alguien es estar sentado a su lado y saber que nunca lo podrás tener.

La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado.

El problema del matrimonio es que se acaba todas las noches después de hacer el amor, y hay que volver a reconstruirlo todas las mañanas antes del desayuno.

El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad.

Los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez.

Así es -suspiró el coronel-. La vida es la cosa mejor que se ha inventado.

Me desconcierta tanto pensar que Dios existe, como en que no existe.

Sólo porque alguien no te ame como tú quieres, no significa que no te ame con todo su ser.

La sabiduría nos llega cuando ya no nos sirve de nada.


No tenemos otro mundo al que podernos mudar.


Imagen: dscali.edu.co

martes, 23 de septiembre de 2014

ALGUIEN ME MIRA


No me lo invento. Está más cerca de lo que yo quisiera. Lo percibo en el día, en las calles por donde camino, en el vehículo que me sigue rumbo a la floristería, entre la multitud frente al semáforo. Lo escucho en la noche. En el estremecimiento de los escalones, en el murmullo de los pinos que cuelan su aroma a través de la ventana, en los ladridos de Argonauta en el jardín. El escalofrío moja el miedo y me paraliza. Lanzo al piso el albaricoque que ahora me sabe a vinagre. Trato de limpiar en las sábanas la viscosidad en mis dedos. Algo se mueve. Está dentro de la habitación. La luna es un ojo que lo busca en los rincones. Y aunque no devela nada, sé que alguien me mira.
La noticia apareció en todos los diarios: Otra víctima, salió al gimnasio y nunca llegó… ¿Cuántas van? Hasta ahora seis. Inicialmente, mis padres lo tomaron como el resultado de la violencia que azota a la ciudad, sin ruido, a pesar de que la víctima no residía lejos. Luego, cuando las desapariciones se concentraron en la urbanización donde vivimos, no pudieron evitar alarmarse:
-Hija, no es recomendable que te quedes en tu casa.
-No va a sucederme nada. Aseguro la puerta y punto.
Para qué preocuparlos. Sin embargo, no dudé en ir a la estación de policías. Nadie vive conmigo ni me acompaña en el negocio de las flores. El funcionario me atendió con amabilidad:
-Creo que un caso así no se repetirá. Quizás ande con un novio o con una amiga, y pronto sepamos de ella. 
Por desgracia, las cosas no quedaron ahí. Mes por medio, una joven no regresaba a su hogar. Mes por medio iba yo a la estación. No podía tomarlo a la ligera. Las víctimas compraban en la floristería. ¿Y si el que las desaparece cree que lo puedo delatar? El detective me ordenó:
-¡Descríbalo!
-No lo he visto bien. Sólo sé que es un hombrón.
-Como casi todos los que van al gimnasio que queda al lado de la floristería. No es mucho, pero averiguaremos.
Vi la patrulla un par de veces. Los policías preguntaron a los deportistas, a los vecinos, y desaparecieron. ¿Qué les pasa, no seguirán interrogando, cuántas víctimas faltan para que lo atrapen? Yo no podía esperar a aparecer muerta entre amapolas y azucenas. Así que comencé a ir a la estación a diario. Creo que se cansaron porque el detective que me atendió esta mañana me miró de arriba abajo:
-No tiene por qué preocuparse. ¿Acaso no ha visto las fotos de las víctimas? Nada que ver con usted.
Salí de la oficina, con la burla sobre la espalda. ¿Tenía que perder la vida para que me prestaran atención? 
Ahora está aquí. Sé que me mira, y qué cosa mira: la insignificancia que me desborda. Por supuesto que prefiere a las otras, a esas que pasan por la floristería, con los músculos bien puestos, y que reciben ramilletes de rosas de sus pretendientes. A esa que, una vez, me preguntó con sorna:
-A ti… ¿Cuántos ramos te han regalado?
Ninguno. Pero hoy tengo compañía. Oigo una voz que me dice: Enciende la luz que quiero verte. Obedezco. En el espejo estoy yo, envuelta en la madeja de las décadas. Percibo el aroma de las flores mezclado con el olor de la sangre que reposa sobre las sábanas y en  mis manos. No tengo miedo. Al fin y al cabo, es él, y no yo, quién les ha quitado la vida y enterrado a los pies del pino del jardín. Quise advertirlo, no lo entendieron. Qué importa. Me invade la paz. Él no me hará daño, no le intereso. Sólo me mira a través de mis ojos. Nadie más me ve.

Olga Cortez Barbera
Imagen: es.123rf.com

Frases Célebres Rayuela-Julio Cortázar





Son muchas las frases geniales en Rayuela. Estas son algunas:

-Después de los cuarenta años la verdadera cara la tenemos en la nuca, mirando desesperadamente para atrás.

-Cómo cansa ser todo el tiempo uno mismo.

-Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.

-Solo en sueños, en la poesía, en el juego —encender una vela, andar con ella por el corredor— nos asomamos a veces a lo que fuimos antes de ser esto que vaya a saber si somos.

-
La melancolía de una vida demasiado corta para tantas bibliotecas. Cuando creés que has aprehendido plenamente cualquier cosa, la cosa lo mismo que un iceberg tiene un pedacito por fuera y te lo muestra, y el resto enorme está más allá de tu límite.

-Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio.

-No me parece que la luciérnaga extraiga mayor suficiencia del hecho incontrovertible de que es una de las maravillas más fenomenales de este circo, y sin embargo basta suponerle una conciencia para comprender que cada vez que se le encandila la barriguita el bicho de luz debe sentir como una cosquilla de privilegio.

-Cada vez iré sintiendo menos y recordando más.

-¡Música! Melancólico alimento para los que vivimos de amor.

-La risa ella sola ha cavado más túneles útiles que todas las lágrimas de la tierra.

-Como no sabías disimular me di cuenta en seguida de que para verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos.

-Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

-Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el impuso. Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada. Y no lo sabe, igualita a la golondrina. No necesita saber como yo, puede vivir en el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga. Ese desorden que es un orden misterioso, esa bohemia del cuerpo y el alma que le abre de par en par las verdaderas puertas. Su vida no es desorden más que para mí, enterrado en perjuicios que desprecio y respeto al mismo tiempo. Yo, condenado a ser absuelto irremediablemente por la Maga que me juzga sin saberlo. Ah, dejame entrar, dejame ver algún día como ven tus ojos.

-¿A vos no te pasa que te despertás a veces con la exacta conciencia de que en ese momento empieza una increíble equivocación?

-Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa.

-Porque el mundo ya no importa si uno no tiene fuerzas para seguir eligiendo algo verdadero, si uno se ordena como un cajón de la cómoda y te pone a ti de un lado, el domingo del otro, el amor de madre, el juguete nuevo, la gare de Montparnasse, el tren, la visita que hay que hacer.

-Y lo que llamamos amarnos fue quizá que yo estaba de pie, delante de vos, con una flor amarilla en la mano, y vos sostenías dos velas verdes, y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas y tickets de metro.



viernes, 15 de agosto de 2014

KUKENAM

MI VENEZUELA

Flor prehistórica,
venerada por los dioses de los vientos,
contemplando tus pétalos de roca,
mi espíritu, rendido,
se estremece.
¿Kukenan,
también te llamas destino?

Llegamos a la comunidad indígena de Paraitepuy, al atardecer, luego de recorrer mil cuatrocientos kilómetros en autobús, y unos pocos más en rústico. En carpas y debajo de una luna pletórica, pernoctamos en aquel lugar. Todos perseguíamos la misma meta: ascender a la cima del tepuy Roraima. Para ello debíamos recorrer a pie veintiséis kilómetros de sabana y subir dos mil ochocientos metros por unas pendientes boscosas y escarpadas, según las indicaciones del guía y del manual.   
En la mañana y con nuestros bultos a sus espaldas, los indios pemones iniciaron la ruta, hasta que no se les vio más. La rapidez era el resultado de los años de experiencia en esas tareas. Además, debían llegar antes que nosotros al campamento donde pasaríamos la noche. Tenían el compromiso de levantar las carpas y cocinar.
El tiempo, en contra de los pronósticos del guía, que daba por seguro que nos azotaría uno de los diluvios característicos de la región, nos acogió con un sol maravilloso. La belleza del paisaje obligaba a ignorar el apremio del calor. Entre cuentos y chistes, agua y barras energéticas, caminamos por lomas y terraplenes, atravesamos las corrientes ariscas de un río, donde los puri-puris, a pesar del repelente de insectos, se dieron un banquete. Llegamos al campamento, hambrientos y cansados. La espléndida luna sonreía.
Al amanecer, luego de bañarnos en las aguas heladas del río, continuamos el camino. A lo lejos, los macizos aplanados semejaban dinosaurios dormidos. A medida que nos acercábamos, se agigantaba el entusiasmo. Frente a la magnificencia de las montañas el cansancio desaparecía. En la base del Roraima nos encontramos, en vez de la torre, el campamento de Babel. Chinos, alemanes, brasileiros y de otras nacionalidades nos dieron la bienvenida. 
La noche era como nunca. El Roraima, “madre de todas las aguas”, y la nana de los vientos arrullaron mis fantasías de tyrannosaurus y pterodáctilos. Frente a las paredes verticales y la fronda del campamento, casi podía escuchar sus voces. Entre estos pensamientos algo locos, me sentía feliz.  Estaba por cumplir mi sueño, un sueño que surgió de las fotografías y las charlas de mis amigos sobre esas tierras benditas, y que creía que se alejaba con las limitaciones crecientes que van otorgando los años. Ahora, próxima a conquistar la cima del Roraima, los murmullos de la montaña hermana despertaban en mí una nueva ilusión: explorar la próxima vez los misterios del Matawi-Tepuy, el Kukenan, el de la trágica predicción: “si me subes te mueres”.  
Según mis compañeros, las expediciones a ese tepuy estaban temporalmente prohibidas. En la última se había perdido un joven entre los laberintos de farallones arcaicos. A diferencia de la meseta de extensiones planas del Roraima, éste estaba lleno de grietas de cientos de metros de profundidad. Sin olvidar que era  más difícil de escalar. En casos, había que pasar a gatas por salientes estrechas y resbalosas. Toda una aventura llena de peligros mayores. Cuando desperté, en la fría mañana, vi que la luna no se iba, quizás porque aún rendía honores a los tepuyes, contemplando sus visos de cuarzo rosa. 
Nos preparamos para el ascenso. El camino nos ofrecía un haz de emociones y vistas extraordinarias. ícaros de crespón blanco en el cielo limpio y sobre infinitas llanuras. En las pendientes espesas:

Hadas azules
en la selva esmeralda,
las mariposas.
  
Llegamos a la cima. La imaginación resultó escueta… Todo era distinto a lo que yo había pensado. ¿Cómo expresar lo que se siente frente a la magnanimidad de aquel mundo perdido? Rocas, neblina, frío, soledad… Un universo inhóspito, con una flora y fauna únicas, enmarcado en el misterio.  Las rocas tienen formas, te observan, mientras buscan  en el firmamento las llaves de los enigmas. En las noches, las estrellas parecen poder tocarse.  Una, romántica y soñadora, siente que se le enciende la flama del espíritu.  Entonces, decides seguir explorando con la curiosidad del niño.
Al borde de la meseta y viéndolo a la distancia, con esa misma curiosidad, pedí a una estrella fugaz poder ir al Kukenan.
-¿Por qué no?-respondió.
Había que regresar. Frente al fuego y rodeada por los dioses de la montaña, hice un recuento de las cosas vistas: los jacuzzis (pozos de agua a punto de congelación), la ranita diminuta, el ave correporsuelo y la vegetación exótica, la gruta donde pernoctamos y La Ventana del cielo, con sus brumas densas y los deseos de profunda meditación...
El vuelo del alma sobre los más nobles sentimientos. Por unos instantes, el alma quiso quedarse.
Llegó el momento. El descenso y el camino de vuelta a la rutina, al reloj y al celular. Luego de varias horas subimos a los rústicos. Pero antes, sobre una suave colina, sentí la brisa del atardecer. Melancolía y serenidad. Atrás, El Roraima y el Kukenan, empezando a cubrirse de neblina. Los bendije. El alma escapó con la vehemencia del ave migratoria que busca el sol para subsistir y volvió a la cima de ensueños. Detuvo sus ojos en el Kukenan: ¿Podré visitarte? 
Los dioses respondieron: ¿Qué piensas tú, ave peregrina?
¿Quién podía saberlo? ¿Acaso el destino? Entonces les pedí que, mientras llegara la respuesta, me permitieran permanecer soñando, aun estando despierta,  con la magia de ese mundo perdido.
 Olga Cortez Barbera
   



LOS TEPUYES-Germán Fleitas Beroes 1986



Coplita.

Dónde quedan los Tepuyes,
explíqueme Tio Simón,
y dígame si es amigo
 de algún cacique  Pemón?

Respuesta,

Los Tepuyes son Mesetas 
que quedan en la Guayana,
representan en conjunto
 la formación de Roraima
allí viven los Pemones
tribu que es muy educada
hay una flora completa
y es rica tambien la fauna
se desprenden de las cumbres
imponentes saltos de agua
el cerro de La Neblina
es una enorme montaña
que separa a dos naciones
el Brasil y nuestra patria
y en medio de aquel silencio
la bruma del  Salto Angel.
nos permite, mis amigos
disfrutar de ese momento.


Fuente: Blog Germán Fleitas Beroes, el poeta de Camaguán  

martes, 5 de agosto de 2014

ERA UNA VEZ UN ASTRONAUTA




Bien, mi querida Luna, súbete al sofá. Quédate tranquila. Deja de mirar hacia los lados, mover la cola o rascarte las orejas. Acomoda tu tibio cuerpo, extiende las patas delanteras y coloca la trompa sobre ellas. ¿Quieres saber por qué llevas ese nombre? Presta atención. Era una vez un hombre que fue a la luna… Era una vez un astronauta.
Cuando aquel memorable día el astronauta puso los pies sobre la superficie lunar, se convirtió en el primer hombre en hacerlo. Eso sin considerar a los seres humanos que se dice “viven en la luna”, y que la historia no los toma en cuenta. Se dice que, además de los cráteres, el famoso astronauta encontró centenares de perritos que habitaban allí desde tiempos remotos.
Por ellos se enteró de que la luna y el sol vivieron hace millones de años en este planeta. En los archivos reposa una leyenda nigeriana que así lo confirma. Según ésta, la redonda pareja se casó y construyó una hermosa casa en tierra seca. Ellos invitaron a su gran amigo Océano que, al entrar, comenzó a inundar todas las habitaciones con sus amplias lengüetadas. A ellos les dio vergüenza pedirle que se fuera, pero como no querían mojarse, decidieron ir subiendo en la medida en que las aguas crecían.
Fue así cómo el sol y la luna se mudaron al cielo para siempre. Y aunque se turnan para observarnos con curiosidad, nunca más visitaron la Tierra desde entonces. Sin embargo, la luna muere de nostalgia porque no puede regresar al sitio más bonito que existe dentro de la Vía Láctea.
Parece que, cuando vivió aquí, la luna era muy feliz y siempre andaba lozana y esférica. Creía que podía dar a luz en cualquier momento. Su sueño era tener un montón de lunitas. Nunca pudo. Ya en el cielo, comenzó a mostrar sus cambios de humor a través de las diferentes fases que le conocemos y con su influencia sobre el movimiento de las olas.
Una noche, hastiada de tanta inmensidad, se puso a escuchar los pensamientos humanos. Así se enteró de que la humanidad necesitaba compartir la vida con compañeros leales, discretos y totalmente incondicionales. Entonces la luna, que no podía parir lunitas, pensó que un sueño se podía alcanzar de diferentes maneras. ¿Por qué no ayudar?
Se citó con el Sol y se encontraron al atardecer, a esa hora gris en que las aves regresan a sus nidos y en que los dos se miran sin poder tocarse, pero que les permite hablar con tranquilidad. El ardiente astro, que entendió lo que pretendía hacer su esposa, le dijo:
-Espera a que llegue la luz del nuevo día y toma otra forma. Ve hasta el reino animal, que allí encontrarás lo que deseas.
Convertida en un espíritu bondadoso de los bosques, recorrió montañas, estepas y praderas. Así se enteró de que todas las especies querían acercarse a los humanos, pero la mayoría no se atrevía. Comentaban que les daba un poco de temor, pero la luna les dijo que utilizaran sus encantos para ganarse los corazones infantiles, que hasta los adultos llevaban dentro.
Los pájaros, los gatos y los caballos comenzaron a practicar. Los bosques se llenaron de trinos, maullidos y relinchos. Los perros abandonaron sus guaridas para acercarse poco a poco a las hogueras, donde los cazadores se protegían del frío. Muy pronto hombres, niños y mujeres se rendían a su belleza y comenzaban a llevarlos a sus casas.
La luna, convertida en espíritu, siguió explorando entre los frondosos árboles, hasta que tropezó con una pareja de perritos orejudos que jugaba con la semilla de un melocotón. Después de escuchar lo que ella deseaba, decidieron acompañarla. En la noche, cuando el reino animal dormía, la luna tomó su verdadera forma y se llevó a la pareja. Unos conejos, que querían corretear con sus amigos en las praderas lunares, se fueron detrás de ellos, pero como polizontes, es decir, escondidos.
Desde entonces la luna, en vez de lunitas, ve nacer cachorros tiernos y orejones. Allá reciben lecciones de nobleza y fidelidad. Cuando una mascota llega a su nueva casa, es porque ha bajado a la Tierra cabalgando sobre la punta de una estrella. Sabe que su tarea es convertirse en el mejor amigo de los niños... Y de los adultos también.
La luna es romántica y traviesa. Y a veces susurra su nombre al viento para que éste lo lleve hasta la mente de los seres humanos. Así es como llega su nombre a tantas mascotas. Así, querida orejona, vino tu nombre. Así la luna cumple su sueño: dejar su huella en el inolvidable planeta.
Cuentan que al astronauta le hicieron muchas entrevistas cuando regresó del largo viaje. Dijo que era otro hombre: por la experiencia de haber caminado sobre la superficie del distante satélite, y por haber visto la cantidad de basset hound que se preparaba para viajar a la tierra.
Te voy a contar un secreto, espero que no lo divulgues. Dicen que tu tatarabuela, traviesa y aventurera, se vino escondida en un bolsillo del traje espacial.

 Olga Cortez Barbera

miércoles, 16 de julio de 2014

LA CASA DE LA TÍA MOMA


Sí, la casa de tía Moma es maravillosa, pero, al oscurecer, cuando los habitantes del pueblo duermen, se sumerge en un abismo de tinieblas. La hiedra trepa por las paredes, las arañas abandonan los escondites y los murciélagos salen de las sombras.
Durante el día es encantadora. Cuando los hilos de sol se mezclan con los jirones de la madrugada, el cielo se pinta de rosado. La casa resplandece como una estrella de colores. Las palomas picotean sobre las tejas y las cortinas de las ventanas parecen girasoles que juegan con el viento.
Deliciosos aromas salen a la calle y despiertan el apetito de los niños que van al colegio. Dicen que las paredes saben a caramelo, vainilla y chocolate. Sin embargo, cuando llega la noche, todo cambia porque la casa de tía Moma esconde un espantoso secreto.
No hay una persona en el pueblo que pueda decir quién la construyó, ni cómo ni cuándo. Un día estaba allí, hermosa y acogedora. Luego llegó tía Moma. Una mañana se le vio cortando las hojas secas de las matas. Para los vecinos fue como si viviera allí desde siempre.
Los gatos obesos y los ricos aromas atraían a los niños. Se hizo costumbre que, después de clases, pasaran por donde la dulce tía. Las risas infantiles recorrían las habitaciones y escapaban, como canarios, por las ventanas. Entonces, como por encanto, las mariposas aparecían en el jardín, brillantes y maravillosas.
El rumor llegó a todos partes: tía Moma tenía una maravillosa colección de juguetes. Los niños podían jugar con todo lo que desearan, hasta con lo más extraordinario que pudieran imaginar. La casa era mágica y nada era imposible.
De pronto comenzó a pasar algo raro. Todo palidecía, como si un manto fantasmal cubriera parques, calles y casas. Los niños entristecían sin saber por qué. Padres y maestros se preocupaban, hasta que notaron que, cuánto más tiempo los niños pasaban con la anciana, mayor era la tristeza. Y mientras más crecía ésta, más bella era la casa. Tía Moma era una señora cariñosa, pero había que averiguar. 
En las afueras del pueblo vivía un sabio que conocía todas las historias del mundo. Por eso la gente no dudó en acudir a él.  Sin más, dijo:
-Es el momento de sacudirles la memoria.
En la medida que hablaba, todos comenzaron a recordar. La casa de tía Moma era una casa que fue abandonada mucho tiempo atrás. Y en algún momento de ese tiempo, el pueblo fue atacado por el olvido.
-Antes de eso-continuó el sabio, era la más alegre de las casas, pero sus ocupantes se fueron para no volver. Ella los esperó hasta que el largo río de los años la transformó en un esperpento. Al principio tenía la esperanza de que regresaran, porque las casas no eran para estar desocupadas. Por eso se creían ajenas a la soledad.
-¿Qué pasó después?-le preguntaron.
Según él, cuando las flores se marchitaron y la fuente se secó, los pájaros desaparecieron. La casa comenzó a hundirse entre los matorrales y la tristeza. Se desvencijaban las puertas y las ventanas. La gente comentaba al pasar: “¡Qué fea!”, “¡Es una vergüenza!”, “¡Deberían derrumbarla!”
Luego decía que ojos diabólicos se asomaban a través de los vidrios rotos. Por eso, cuando los niños entraban a los jardines descuidados y algún un gato en cacería hacía crujir la hierba seca,  escapan dando alaridos:
-¡Ahhhhhhhhh, corran que nos atrapan!
La casa, antes tan bonita, apartó su tristeza y se llenó de amargura.  Pronto  se convertiría en una cáscara maléfica.
El sabio dejó de hablar. Todos estaban asustados. ¿Cómo lucía entonces la casa tan hermosa? Sólo era posible por la influencia de un monstruoso encantamiento. ¿Los niños estaban embrujados?
-¡Vamos allá!-gritó la multitud-Hay que acabar con la anciana siniestra.
Tía Moma ya no era gentil ni bondadosa.
-¡Esperen-exclamó el sabio-, debo decirles cómo combatirla!-pero nadie le hizo caso.
La anciana escuchó el griterío y se asomó a la ventana. No le causaba extrañeza. Salió al jardín y se mostró más encantadora que nunca. 
-Pasen, por favor.
Para sorpresa, los habitantes del pueblo entraron como corderos. Un mundo  de cosas fantásticas los esperaba. Al momento, todos jugaban y reían como chiquillos. Las mariposas aparecían y coloreaban la tarde. Ellos olvidaron de nuevo. La misteriosa anciana sonreía. A la semana, hombres y mujeres también entristecieron.
Es media noche. La luna se cubre de nubes invernales.  Moma juega con las mariposas en cautiverio. Cada vez son más. Qué importa que la casa esté fea. Será por unas horas, cuando todos duermen y no la ven, cuando todos sueñan y no la visitan. Pero, en la mañana, apenas despierte la luz, las soltará. En las alas llevarán trocitos de la alegría del pueblo. La alegría embellece. La casa nunca más estará sola. Tía Moma es el alma de la casa. Ella está feliz.

Olga Cortez Barbera

sábado, 12 de julio de 2014

CRISÁLIDA



Sufro de pesadillas. Cualquiera diría que llevo una vida retorcida o me dejo atrapar por los bajos instintos. Eso sí me sumo a la creencia de los que afirman que los sueños son, algo así, como el reflejo de las experiencias diarias o de los apetitos reprimidos. Soy una persona normal que no le hace daño a nadie. Salvo una vez que pensé en apartar el pie del freno frente al motorizado que venía en sentido contrario y abolló mi auto. Sólo fue un pensamiento que duró una fracción de segundo.
 Es cierto que, a veces, lanzo maldiciones y oculto inconfesables deseos. Como cuando a la vecina de al lado le dio por explotar su vena musical, tocando, a primera hora de los fines de semana, un violín que sonaba como un montón de clavos sobre el metal; o cuando ascendieron a la joven de busto alegre y a mí me hicieron a un lado; o cuando supe que mi esposo “cien por ciento fiel”, según sus palabras, me engañaba con su asistente. A todos quise verlos muertos, pero del dicho al hecho…
Sin embargo, esos acontecimientos no me produjeron pesadillas, quizás porque la ira y el despecho no me dejaban dormir, hasta que las cápsulas contra el insomnio vinieron en mi auxilio. Una vez vencida la ira, comencé a sentirme bien y comprendí que era una pérdida de tiempo andar rumiando por los rincones, mientras los demás continuaban con sus vidas muy contentos.
Mis pesadillas empiezan en sueños bonitos que terminan en tragedia: tigres malayos en barcas fenicias que atraviesan ríos inverosímiles y que, de pronto, se alejan de su postura monárquica para devorarme con sus fauces endemoniadas; libélulas de oro en campiñas indescriptibles, hasta que se introducen por las cuencas de mis ojos y me dejan ciega; flores de fragancias exóticas, cuyos pétalos se desbaratan, como el pergamino puesto al fuego, sobre el ataúd donde yazco, sin posibilidad de retorno a la existencia… Y despierto con el sabor, el aroma y los colores de la angustia, dando gracias porque todo no ha sido más que una irrealidad.
Anoche fue distinto, soñé que corría sobre arenas diamantinas y bajo un cielo de cuarzo, con una sensación de alma al garete, de polilla a la deriva. Entre el rumor de las olas y borrascas de bienestar, pensé: si esto es un sueño, no quisiera despertar.  Como es de suponer, lo hice.
¿Era el sueño la premonición de un día diferente? Hoy la empresa me aumentó el sueldo, el banco aprobó el crédito y, para exaltar mi felicidad, nació mi nieto. Un niño saludable y hermoso. Luego de ver a mi hija, salí de la clínica, bajo un sol toscano y una brisa de costa marina. Me absorbió la barahúnda propia de esta ciudad cosmopolita. En una tienda compré un montón de cosas para mi nieto recién nacido. En casa decidí terminar de acomodar el cuarto donde mi hija pasaría el post-natal. Tomé la escalera para colgar las  cortinas:  
-Termino, tomo un té y me acuesto.
Quiero tener un sueño como el de ayer, pero estoy sumergida en una pesadilla. La peor de todas, después de sentir una paz como nunca. Por la ventana entraba la brisa fresca y el cielo lleno de estrellas. Un bello espectáculo que se diluyó con el vértigo. Entonces, me volví incorpórea e ingrávida y pude acercarme a los astros, hasta que caí en el horror que atravieso. Estoy en un lugar extraño y frío. Las voces y las sombras me confunden. ¿Monstruos de la infancia o fantasmas de la adultez? ¿Secuaces de la muerte? Me estremezco. Quiero escapar, pero no puedo moverme, como si estuviera amarrada, prisionera en una crisálida gigantesca. Grito con todas las fuerzas y sólo escucho un ronco resuello. “¿Podré salir de esto?”, pregunto. “Nunca”, es la respuesta.
Las sombras se retiran. Aterrada y parapléjica, siento de nuevo el vértigo. No debí subir a esa escalera. Pero, ¡deseaba tanto recibir a mi nieto con las cortinas nuevas! Intento romper el capullo, que apenas me deja parpadear, para verme convertida en polilla. Es en vano. Cierro los ojos con el profundo deseo de no despertar.
Olga Cortez Barbera
Imagen: es.123rf.com

CIEN SONETOS DE AMOR


       
Soneto XVII

Pablo Neruda

No te amo como si fueras rosa de sal, topacio 
o flecha de claveles que propagan el fuego: 
te amo como se aman ciertas cosas oscuras, 
secretamente, entre la sombra y el alma. 
Te amo como la planta que no florece y lleva 
dentro de sí, escondida, la luz de aquellas flores, 
y gracias a tu amor vive oscuro en mi cuerpo 
el apretado aroma que ascendió de la tierra. 
Te amo sin saber cómo, ni cuándo, ni de dónde, 
te amo directamente sin problemas ni orgullo: 
así te amo porque no sé amar de otra manera, 
sino así de este modo en que no soy ni eres, 
tan cerca que tu mano sobre mi pecho es mía, 
tan cerca que se cierran tus ojos con mi sueño.