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Al
fin me había decidido a recorrerlo, venciendo mis prejuicios y temores. La
curiosidad había terminado con ellos. A esa hora de la mañana se mostraba
desierto, a excepción de los aleros llenos de palomas y la patrulla al final.
Visto de esta manera, parecía un callejón más en la gran ciudad, si no
contábamos el olor a rancio y a lascivia desbocada. Sin embargo, yo no ignoraba
el ritmo alocado y peligroso que lo sacudía nomás la oscuridad abrir sus fauces.
El callejón quedaba entre el boulevard de Sabana Grande y la Avenida
Casanova. Supe de su existencia en una conversación estudiantil. La imaginación
estalló cual luces de bengala, y me hizo percibirlo como un antro de matones y
bucaneros existenciales que exponían la vida a un precio despreciable. Mis
compañeros aseguraban que no era más que un lugar de encuentro de enamorados e
intelectuales. Pero, cuando les pedí que me llevaran, dijeron que no era un
sitio adecuado para jóvenes como yo. Quizás por eso el callejón se convirtió en
un desafío.
No era el primero. El colegio quedaba en el centro de la ciudad.
Muchas veces, Elisa y yo comprábamos helados con el dinero del pasaje y
regresábamos caminando a nuestras casas. En el trayecto había un túnel que
comunicaba la Urbanización El Paraíso con la Avenida Nueva Granada, cerca de donde
vivíamos. En sus inicios, el túnel era alumbrado y confiable. Luego, se
transformó en una galería siniestra. Sin embargo, yo me desvivía por
atravesarlo. “Anda, Elisa, hagámoslo”, “¿Estás loca?, tú no sabes qué alimañas
habrá dentro”, “No seas cobarde, chica”.
Fue tanta la insistencia, que un día la convencí. A pesar de mi
aparente arrojo, corrimos como dos liebres en persecución. El túnel no era
corto y, en la medida que nos adentrábamos, oscurecía más. No sé qué pasaba por
la mente de mi amiga, no obstante, continuamos. A mitad del camino pisé algo.
Luego escuché una voz: “¡¿No ves por dónde caminas?!” Entonces, sentimos que
ese algo se levantaba y nos seguía. Al final, salimos a la luz y los pasos quedaron atrás. Reímos como locas, felices de haber salido ilesas de la
travesura. En mi interior resplandecía la excitación producida por el riesgo y la victoria.
Era una sensación que quería experimentar de nuevo. Por eso comencé a
indagar sobre el callejón. No andaba tan equivocada. Entre la salsa de Charlie Palmieri, Héctor Lavoe e Ismael Rivera, bebidas
alcohólicas y drogas, se ofrecía poca seguridad, en una atmósfera sórdida,
criminal y tramposa. Si la fama crecía ante mis ojos, también mi atracción. “Si
tan sólo pudiera ir una vez… ¡Sólo una vez!” Todo eso recordé mientras
caminaba sobre las aceras sucias y gastadas. En la medida en que me acercaba al
otro extremo y leía en las luminarias “EL Encuentro”, “Las Tres Cepas”, “Don
Sol”…, algo extraño comenzó a abrumarme,
como si todo fuera conocido. “Tal vez en otra vida yo andaba por estos lares-pensé-.
¿Será la causa de mi empeño, un pasado impreso en la memoria del alma?”
Sonreí.
Llegué al otro extremo. Me invadió la euforia. Pasé a un lado de la
patrulla, pero los oficiales me ignoraron. No me importó. Un civil se atravesó
en mi camino. Tenía la mirada de una crueldad inadmisible. Me asusté porque
podía tomarme como una prostituta trasnochada en busca de clientes. ¿Por qué temer?, allí
estaba la policía en defensa de los ciudadanos. Posiblemente, supusieron que yo
había tomado el callejón como atajo. Además, el hombre estaba esposado y no
podía hacerme daño. Con todo, me atemorizaron sus ojos. Bajé la mirada. Me
estremecí. Un cadáver yacía debajo de una sábana. Oí los comentarios: "Otra
víctima del Callejón de la Puñalada". No me interesó ver quién era. De inmediato,
lo comprendí: el hombre de las esposas me había asesinado.
Olga Cortez Barbera
Inesperado final, excelente!
ResponderEliminarQu{e bueno que te gustó. Un beso.
Eliminar"El Callejón de la puñalada", este cuento es más realidad que ficción. Así era por aquellas noches de locura de la década de los 70. Hoy parece que pretendiera estar decente, sin embargo la decencia pudiera estar relacionada con las apariencias de sus mismos negocios. Adentro sigue como siempre...
ResponderEliminarGracias por tu comentario.
ResponderEliminarme estremecio un poco el final, algo inesperado y me gusta tu prosa
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario. Me gustaría saber su nombre.
EliminarExcelente final, felicidades.
ResponderEliminarestuve recientemente en caracas y especificamente en em callejon de la puñalada ya que un hijo mio es artesano y trabaja alli, no se si esta mejor o peor pero para mi todo fue normal, un callejon mas de nuestro pais
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