sábado, 10 de octubre de 2020

COMO TODOS LOS DIAS

 







La despierta el sonido de la ducha… Siente escalofríos. A pesar de los años que han pasado, no termina por acostumbrarse a los malos tratos. Se le olvidó poner el despertador. ¡Qué mala pata! Ahora, su esposo tiene un motivo para enojarse, como sucede en las pocas ocasiones que el agotamiento vence el temor a quedarse dormida. Y como pasa por cualquier otra cosa o, simplemente, porque le da la gana. Poco le importa a él que ella duerma escasas horas, las que le quedan después de atender a los hijos, las labores del hogar y la costura en casa que, habitualmente, la lleva a trabajar hasta más allá de la medianoche. Una actividad que le permite colaborar con el ingreso menguado de la familia. Ignora el malestar de espalda y salta de la cama, no quiere que el esposo salga del baño y la humille. Es en vano, en un instante, ya lo tiene al lado.

 —Holgazana, ¡como si no tuvieras nada qué hacer! ¡Eres una inútil!

Le gustaría contestarle; tiene argumentos de sobra. Ella sabe lo que ocurriría. Su esposo es un hombre de carácter fuerte, que raya en lo salvaje, nada le satisface y todo lo encrespa. Sí, ya ha experimentado cómo es. El miedo es una hoguera que le congela las entrañas y le traba las palabras. Amo y verdugo, él la observa y sonríe con burla, en un intento de provocarla, una oportunidad para pisotearla. Eso le revuelve el estómago; sin embargo, prefiere quedarse callada, porque destapar la ira del esposo significa sentir los golpes, más que en la piel, en la dignidad y en el alma. Lo que la lleva a preguntarse, de nuevo, si no queda un vestigio del amor de otros tiempos, por qué no se ha ido y cuánto podrá seguir aguantando.

Como todos los días, prepara el desayuno y alista la merienda. El esposo come y se va sin despedirse, arrastrando a los hijos para dejarlos en la escuela. Ella se asoma a la ventana y la mañana, como de costumbre, se cubre de tristeza. Sólo sus niños la alientan a continuar; cree que ellos merecen el sacrificio de darlo todo sin esperar nada a cambio. Regresa a la cocina y comienza la jornada doméstica. Se concentra en sus labores y trata de hacer a un lado la marejada de sus desilusiones. Sin embargo, los pensamientos la traicionan: deja a un lado lo que hace  y comienza a deshilvanar recuerdos. Algunos predominan sobre los demás, los detalles que ignoró a voluntad, las manifestaciones de intolerancia del hombre que la había pedido en matrimonio. Su madre la previno: “Si él actúa así en el noviazgo, qué puede esperarse para después”. El amor la había hecho terca, ciega y sorda, por lo que no pudo evitar caer en el abismo. Creyó que, una vez casados, ella lo haría cambiar.

La primera vez que experimentó el carácter violento del esposo, no lo pensó para correr a casa de sus padres. La distancia le dio tiempo suficiente para analizar la situación. Se había casado sin terminar los estudios y en contra de la voluntad de la familia. Le parecía un descaro que, al primer contratiempo, buscara la más fácil de las soluciones: el apoyo de papá y mamá. Quizás, era preferible pensarlo mejor. Una franca conversación, entre ella y su esposo, impediría que esa circunstancia volviera a repetirse. Regresó y él estaba esperándola, avergonzado y arrepentido, prometiéndole lo que ella quisiera, siempre y cuando no lo abandonara. Contenta por haber dado marcha atrás a sus intenciones de dejarlo, dijo:

—Todos cometemos errores; hay que aprender a perdonar.

En la soledad del hogar, maldice aquel día. Todo hubiera sido tan distinto… Pero, ella prefirió sumergirse en el lago negro en que se le iba convirtiendo la vida, por la única razón de no perderlo. Los largos años de angustia y desesperanza habían terminado por aniquilar el amor y la pasión que una vez sintió.  Si aun estaba con él, era por los hijos. O, tal vez, porque el terror se le había metido en las venas, como una raíz difícil de arrancar. Él sabía cómo manipular y dominarla… “Se llevará una sorpresa”, dijo para sí. Como todos los días, continuó sus labores y pensó: “Nada más termine esto, cojo mi maleta y me voy”.

Olga Cortez Barbera

 

Olga Cortez Barbera

Imagen: www.pinterest.com