sábado, 25 de julio de 2015

AL OTRO LADO DEL ESPEJO




¿La diferencia entre realidad y ficción?
La ficción tiene mayor sentido.

Tom Clancy

            El sol despeja la atmósfera; no hay nubes. En las alturas de este rascacielos donde vivo, me sobrecoge el espectáculo. La urbe, el océano y un horizonte que se pierde detrás de unas montañas reducidas por la distancia. Los ventanales juegan con la osadía del viento. En esta sala me siento a salvo de los caprichos de la naturaleza. Pasa un ave y mis ojos van con ella. Abro la ventana; el día huele a flores de verano. Quiero volar, extiendo los brazos. No me preocupa la existencia, no pienso. Me atrapa la emoción del vuelo. No deseo despertar.
            En la oficina, la computadora extiende la página de Excel frente a mis ojos. Me abruman las cifras que alimentan los estados financieros. ¿Superávit o Déficit? Uno de ellos decidirá si es apropiado, para la empresa, hacerle un ajuste a mi sueldo. Sumo, resto… Saldo en rojo. Igual que en mi presupuesto. ¿Qué me quitará primero el banco, la casa o el carro? Afuera, la gente cruzando la vida. Del balcón de un edificio las palomas se van. Una joven aparece y reta al futuro con su belleza. Me acongoja. La que fui se extravió persiguiendo utopías. El café se congela sobre el escritorio.
            Lo mismo, siempre lo mismo. Salir del apartamento rumbo a la oficina,  dejarme llevar por el automatismo y las responsabilidades. Luego, al final de la tarde, regresar para tenderme sobre la cama, por él desocupada. Hace años que la almohada perdió el olor a “Aramis”. No obstante, el recuerdo conserva la calidez de su cuerpo. Lo esposos, antes de fallecer, deberían dejar un clon. Al menos, a cierta edad, para tener con quién hablar. “Adopta una mascota”, me aconsejan. Um, dejarla sola durante el día… Para soledades, basta con la propia.
Ayer hice algo distinto. La llovizna no impedía que me fuera caminando a través de la noche que avanzaba. Topé con un letrero iluminado por la luz de neón. Me vino a la mente aquel otro de la novela: Sólo para locos. “El lobo estepario”, dije. Pensé en mí, en la austeridad de mis días ¿En eso me había convertido? Traté de leer entre la bruma. Se me antojó que el letrero indicaba: “Teatro mágico. Sólo para mujeres tristes”. Sin cavilarlo, atravesé la callé y me sumergí en el vaho, mezcla de alcohol y tabaco, para amordazar el vacío que me llenaba el alma. Parejas enamoradas y hombres a la caza. Se me acercó uno. Me hizo sentir aún atractiva, sensual. Le seguí los pasos. Supe que las pasiones momentáneas eran inútiles. Regresé a casa con un abismo más profundo.
Esta mañana llamé al trabajo. La mentirilla me liberaba de la esclavitud laboral. Por las cortinas se filtraba la luz de un cielo que, cosa extraña, me limpió el ser. Se amplió el panorama. La mala hora de la noche anterior perdió importancia. “Vive como si fuera hoy el último día…” Se me animó el espíritu. Regué las matas, canté, leí un poema. “Debo dejarme de tonterías y escapar de este ostracismo absurdo”. En la calle sentí que caminaba, cual personaje de película,  bajo el sol de Toscana. Era yo la flor, el ave, la brisa. A pesar de las deudas, compré un vestido y una botella de vino. Ya en casa, me dio por escuchar mis “chatarritas” preferidas. No sé sí por el vino, o por las voces de Carol King, Steve Wonder y los Bee Gees, regresó la melancolía. “¿Podemos liquidar las penas con sólo atravesar el espejo?”
La luna es clara. Su luz pincela los muebles con tonos de irrealidad. El coro de grillos y el croar de una rana me devuelven los aromas de la infancia, del jardín de la casa de mis abuelos, donde yo hundía los dedos entre los pétalos de las cayenas y la tierra mojada. Escucho el piano y el tarareo de mi madre. Me llega el olor a buñuelos y a ponches caseros. Un instante es Semana Santa; otro es Navidad en familia. Luego, como si hubiera mordido un trozo de upelkuchen, el pastelillo que hace crecer a Alicia, la del país de las maravillas, me veo grande, tan alegre como la joven del balcón, cuando imaginaba que mis ilusiones eran sólidas como la realidad. Todo lejano y cerca, grande y pequeño. Me abriga la nostalgia por ese mundo del que me separan los cristales del tiempo. A través de éstos, un bando de palomas. ¿Cuál se llevó mis sueños? Me gustaría atraparla. ¿Es posible? Tal vez, si atravieso la línea, si extiendo los brazos, como en el sueño, yo pueda encontrar lo que añoro al otro lado del espejo.   
Olga Cortez Barbera

                   
Imagen: www.misimagenesbellas.com

domingo, 21 de junio de 2015

DÓNDE NACEN LOS CUENTOS




Inspirado en la fotografía de mi amigo
Alberto y su biznieto.


¿Dónde nacen los cuentos,
mi bisabuelo querido,
en algún arcón escondido
detrás de las puertas del viento?
Ahora estoy muy contento,
me alumbras con tu sonrisa,
puedes contarme, sin prisas,
tus asombrosas historias;
¿importa el andar de las horas,
o el de la luna cobriza?

¿Te escucho con atención
o busco en tu mirada
por dónde viene la armada
que vencerá al dragón?
Miro, con gran emoción,
en tus pupilas oscuras,
guerreros con sus armaduras,
y oigo tus sabias palabras
que son el abracadabra
al mar de tus aventuras.

Tu dedo es suave fogata
en mi manita de flor,
¿Me quieres hablar del valor
de vikingos y argonautas?
Titilan luceros de plata,
afuera brillan las rosas,
yo busco las mariposas
que salen de tus suspiros,
parecen claveles y lirios
los que acompañan tu prosa.

Obedece al hada moruna,
mi emperador de los tiempos,
tú debes dar el ejemplo
y llevarme ahora a la cuna;
yo tendré la enorme fortuna,
(bisabuelo, lo intuyo ahora),
de contar en cada aurora,
con la magia de tu sonrisa,
tus cuentos contados sin prisa,
cada vez que salga la luna.


Olga Cortez Barbera

viernes, 19 de junio de 2015

A los peluditos de la calle

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En honor a los peluditos de la calle, este hermoso poema de 
Manuel Benítez Carrasco


EL PERRO COJO

Con una pata colgando,
despojo de una pedrada,
pasó el perro por mi lado,
un perro de pobre casta.
Uno de esos callejeros,
pobres de sangre y estampa.
Nacen en cualquier rincón,
de perras tristes y flacas,
destinados a comer
basuras de plaza en plaza.

Cuando pequeños, qué finos
y ágiles son en la infancia,
baloncitos de peluche,
tibios borlones de lana,
los miman, los acurrucan,
los sacan al sol, les cantan.
Cuando mayores, al tiempo
que ven que se fue la gracia,
los dejan a su ventura,
mendigos de casa en casa,
sus hambres por los rincones
y su sed sobre las charcas.

Qué tristes ojos que tienen,
que recóndita mirada
como si en ella pusieran
su dolor a media asta.
Y se mueren de tristeza
a la sombra de una tapia,
si es que un lazo no les da
una muerte anticipada.

Yo le llamo: psss, psss, psss.
Todo orejas asustadas,
todo hociquito curioso,
todo sed, hambre y nostalgia,
el perro escucha mi voz,
olfatea mis palabras
como esperando o temiendo
pan, caricias... o pedradas,
no en vano lleva marcado
un mal recuerdo en su pata.
Lo vuelvo a llamar: psss, psss.
Dócil a medias avanza
moviendo el rabo con miedo
y las orejitas gachas.

Chasco los dedos; le digo:
"ven aquí, no te hago nada,
vamos, vamos, ven aquí".
Y adiós la desconfianza.
Que ya se tiende a mis pies,
a tiernos aullidos habla,
ladra para hablar más fuerte,
salta, gira; gira, salta;
llora, ríe; ríe, llora;
lengua, orejas, ojos, patas
y el rabo es un incansable
abanico de palabras.

Es su alegría tan grande
que más que hablarme, me canta.
"¿Qué piedra te dejó cojo?
Sí, sí, sí, malhaya".
El perro me entiende; sabe
que maldigo la pedrada,
aquella pedrada dura
que le destrozó la pata
y él, con el rabo, me dice
que me agradece la lástima.

"Pero tú no te preocupes,
ya no ha de faltarte nada.
Yo también soy callejero,
aunque de distintas plazas
y a patita coja y triste
voy de jornada en jornada.
Las piedras que me tiraron
me dejaron coja el alma.

Entre basuras de tierra
tengo mi pan y mi almohada.
Vamos, pues, perrito mío,
vamos, anda que te anda,
con nuestra cojera a cuestas,
con nuestra tristeza en andas,
yo por mis calles oscuras,
tú por tus calles calladas,
tú la pedrada en el cuerpo,
yo la pedrada en el alma
y cuando mueras, amigo,
yo te enterraré en mi casa
bajo un letrero: «aquí yace
un amigo de mi infancia».

Y en el cielo de los perros,
pan tierno y carne mechada,
te regalará San Roque
una muleta de plata.
Compañeros, si los hay,
amigos donde los haya,
mi perro y yo por la vida:
pan pobre, rica compaña.

Era joven y era viejo;
por más que yo lo cuidaba,
el tiempo malo pasado
lo dejó medio sin alma.
Y fueron muchas las hambres,
mucho peso en sus tres patas
y una mañana, en el huerto,
debajo de mi ventana,
lo encontré tendido, frío,
como una piedra mojada,
un duro musgo de pelo,
con el rocío brillaba.

Ya estaba mi pobre perro
muerto de las cuatro patas.
Hacia el cielo de los perros
se fue, anda que te anda,
las orejas de relente
y el hociquillo de escarcha.
Portero y dueño del cielo
San Roque en la puerta estaba:
ortopédico de mimos,
cirujano de palabras,
bien surtido de intercambios
con que curar viejas taras.

"Para ti... un rabo de oro;
para ti... un ojo de ámbar;
tú... tus orejas de nieve;
tú... tus colmillos de escarcha.
Y tú, —mi perro reía—,
tú... tu muleta de plata".
Ahora ya sé por qué está
la noche agujereada:
¿Estrellas... luceros...? No,
es mi perro cuando anda...
con la muleta va haciendo
agujeritos de plata.


Manuel Benítez Carrasco 

Imagen: es.123rf.com

lunes, 11 de mayo de 2015

ESTA NOCHE, AMOR


No deseo despertarte, amor,
ahora que has soltado los nudos 
de las rutinas y los quehaceres
y deambulas por las colinas 
donde nacen los sueños serenos.

En esta claridad nocturna
que asoma por la ventana,
por sobre el canto del grillo,
escucho tu respiración…
¡Allá va una estrella fugaz!

Aleja, madre, angustias,
las hornillas están apagadas,
tus hijos ya están en sus casas
y tus ángeles y tus santos 
vigilan cada portón.

¡Morfeo, libera las marras!
¡Pronto, iza las velas!
Toma, querida, el timón,
vete a pescar utopías
a ese lado de la frontera.

Bajo el mirar de la luna,
la misma que oyó tus quimeras,
entre júbilos y congojas, 
a mí me da por buscar
la alforja de los recuerdos.

Y modula tu voz cantarina
a Marini y a Depiní,
tarareas a Los Churumbeles,
un bolero del Trío Los Panchos,
mientras cuelas un rico café.

Entonces, mido la vida,
siento que se estrechan los cercos,
que se abren, al fondo, las puertas
y que se lanza, así, de repente,
una de las dos, a volar.

Por eso, esta noche, he pedido,
a esa estrella fugaz,
que extienda los hilos del tiempo
para que el resto de mis mañanas
tú despiertes y, yo, te oiga cantar.




Olga Cortez Barbera

miércoles, 22 de abril de 2015

A Bella, mi bella...


En pocas horas serán cuatro años de tu viaje al arco Arcoíris, mi Bella, Bellita bella...
Mi amiga vino de una estrella;
era noble, especial,
como los buenos amigos
suelen ser.
Con ella todo era luz,
alegría,
a pesar de sus travesuras
y de su testarudez.
Crecimos juntas…
Mientras ella me hacía
una persona mejor,
conservaba
un alma de cachorro
que el tiempo no pudo vencer.
Nunca importaron
las almohadas rotas,
las sillas mordidas,
o los zapatos destrozados.
¿Quién podía disgustarse
con sus ojos de miel oscura
y su mirada de “yo no fui”?
Los años la lastimaron
y tuvo que abandonarme.
Regresó a su estrella…
Se llevó la luz del sol.
Sin embargo, no se ha ido.
Está en los días claros y de lluvia,
en la luna y en los luceros,
en el diario que hicimos juntas
aquí, en el corazón.
Hoy recuerdo a Bella.

martes, 14 de abril de 2015

SUS MANOS



Llegó una mañana cualquiera. Otro empleado en el consorcio. Un “Bienvenido” de mi parte era suficiente. Que se encargara él de lo suyo, que yo tenía con lo mío. En el desbarajuste de lo que era mi vida desde que me casé y tuve hijos, no había espacio para entrar en detalles sobre el personal que entraba y salía de la empresa. Con pocas horas de sueño, llegaba agotada a la oficina y volvía a casa, poco más o menos a rastras, luego de batallar por un puesto en el autobús. Después, el tiempo se achicaba entre la cocina, el lavaplatos, la lavadora y acostar a los niños. Al final, con el deseo de caer en la cama y no abrir los ojos hasta el otro día, sucumbir a las exigencias maritales, cuando el dolor de cabeza ya no funcionaba. ¿Falta de amor o exceso de cansancio? Frente a mis respuestas fingidas, el romanticismo que una vez nos uniera, a mi esposo y a mí, comenzó a alejarse.
Así las cosas, Alejandro Santiago, el recién llegado, bien podía caer preso de convulsiones a mis pies que, posiblemente, ni me enteraba. No obstante, poco a poco, fue entrando a mis pensamientos, cuando percibí que me veía de continuo. Al principio,  disimuladamente; más tarde,  sin reservas, desde su escritorio, en el comedor, a la salida. Eso comenzó a incomodarme. Supuse que se había dado cuenta de mis fachas: vestuario fuera de moda, cabellos sin estilo, cero maquillajes. Aunque en mi agenda yo no tenía la más mínima intención de resultar atractiva, la vanidad no se hizo esperar.  Me propuse mejorar el aspecto. Incluí algunas cosas nuevas en el ropero y usé los labiales que estaban abandonados. Frente al espejo, se elevó mi autoestima. Un día, cuando llegué a la oficina y sonrió, me sentí halagada. Sin embargo, mantuve la actitud distante. Imaginé que, con ello, acababa la historia.
No. Paulatinamente, se fue acercando, con pequeños comentarios y algunas golosinas. Desde mi perspectiva, pensé que eso no era correcto y se lo hice saber:
-Señor Alejandro, usted no tiene por qué andar dándome cosas.
-Señora Palacios, su comentario me avergüenza. No intento ofenderla. Es la atención de un compañero de trabajo. Pero si le molesta, no lo hago más.
-Le estaré agradecida.
Se limitó al saludo. Entonces, lamenté su alejamiento, pero como era una mujer casada, no hice nada por cambiar las cosas. No obstante, algo comenzó a lamer las paredes de mi estómago, cada vez que lo recordaba, fuera de la oficina, o me tropezaba con él. “¿Acaso me estoy volviendo loca?” Con la voluntad de los prejuicios, me enfrasqué en el trabajo y en las labores del hogar, tratando de apartar los pensamientos inquietantes. Quise tomar mis compromisos de esposa con la furia de las tormentas, sólo para doblegar la marea de los remordimientos. Intentos vanos: “Querida, ahora no”. El amor se nos había ido lejos. A pesar de todo, como a una casta doncella, le puse un cinturón de castidad a la pasión sin remedio, aunque por las noches diera vueltas en la cama y durmiera cada vez menos.  
Pero, a la pasión no la detienen ni diques, ni murallas, ni fidelidades. Basta una brizna para atizar el fuego más intenso.  La brizna vino con mi cumpleaños y un ramillete de flores:
-Señora Palacios, tenga usted un lindo día y reciba, por favor, este insignificante presente.
-Muy amable de su parte.
Se acercó un poco más. Su aliento era cálido y la mirada, incitante. Tomé el ramo. Nuestros dedos tropezaron. Bajé los ojos y me fijé en sus manos. Varoniles, cuidadas y fuertes. Se me antojaron sensuales, únicas, pecadoras. Capaces de encender llamas latentes, casi extinguidas. De explorar nuevas rutas corporales y emociones secretas. De llevar a abismos insondables, sin posibilidades de regreso.  El ramillete hervía en mis manos congeladas. Flores exóticas, como el amor en los sueños inconfesables. Quise ser como ellas y, sin reservas ni prejuicios, abrir mis pétalos a la urgencia tácita, sin importar las consecuencias. Deseé, con el furor de la mujer incontenible, volverme lava entre sus manos.

Olga Cortez Barbera

Imagen: es.123rf

POBREZAS - Eduardo Galeano

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Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que no tienen tiempo para perder el tiempo.
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que no tienen silencio ni pueden comprarlo.
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que tienen piernas que se han olvidado de caminar,
como las alas de las gallinas se han olvidado de volar.
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que comen basura y pagan por ella como si fuese comida.
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que tienen el derecho de respirar mierda,
como si fuera aire, sin pagar nada por ella.
Pobres,
lo que se dice pobres
son los que no tienen más libertad de elegir entre uno y otro canal de televisión.
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que viven dramas pasionales con las máquinas.
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que son siempre muchos y están siempre solos.
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que no saben que son pobres.

Eduardo Galeano
Imagen: es.123rf

miércoles, 25 de marzo de 2015

MADRE


Madre, tú que, como la luna, sabes de mis secretos, deseos y utopías, que sacrificas tus descansos para ofrendarnos tu amor y cuidados cada día, quiero dar gracias a la vida por poseer un trozo de ese corazón que sólo sabe de bondad, abnegación y ternura. Eres tan especial… No lo digo yo, ni tu familia, lo dice toda persona que se ha acercado a ti, para quien siempre tienes la palabra amable, el oído atento o el consejo sabio. Tú, la de la sonrisa eterna, a pesar de las adversidades que no pudieron mancillar tu alma, siempre estás. A cambio, sabes que posees lo más noble de los sentimientos de tus hijos, aunque a veces no encontremos como demostrártelo.
Contigo he aprendido que las hadas no sólo existen en los cuentos. En las noches sombrías de los miedos infantiles, en las penas amorosas o en los descalabros existenciales, siempre conté con la magia de tus caricias y el hechizo de tu voz. Ahora que el tiempo se desmenuza, se nos hace chiquito, no existen varitas más prodigiosas que tu dulce compañía y tu santa bendición. Las noches son soleadas, y no hay monstruos ni pesadillas, y yo puedo soñar que un unicornio nos espera para llevarnos a otro mundo. Porque deseo que en ese otro mundo inevitable, cercano o no, podamos estar juntas las dos.
Aprendí que, además de príncipes valientes, también existen princesas valientes. Con el escudo y la espada del coraje, atravesando bosques impenetrables, doblegando dolores y llantos, pudiste rescatarnos de los dragones que amenazaron la sobrevivencia de tu feudo. Hoy, a un largo trecho, aquellos eventos los convertimos en anécdotas y sonreímos. Ese pasado me hace concluir que, sin ti, no hubiéramos sido, ni somos, ni seremos. Por eso, todos, así grandes y canosos, no dejamos de buscar la suave fortaleza  que se esconde en tus brazos.  
De ti aprendimos las mejores lecciones: compromiso, solidaridad y compasión. Lo que poseamos de virtuosos te lo debemos a ti. ¿Cómo recompensar tu entrega e infinito amor? ¿Existirá en este planeta con qué? Mientras lo encuentro, madre, hada, princesa, amiga, confidente, ave, flor y luz, recibe mi corazón.   

Olga Cortez Barbera