miércoles, 31 de julio de 2013

Sobre la libertad...




Imagen de: chiapasinformativo.blogspot.com


La actividad más importante que un ser humano puede lograr es aprender para entender, porque entender es ser libre.

Libertad no significa solamente que el individuo tiene tanto la oportunidad como la carga de la elección; también significa que debe soportar las consecuencias de sus acciones. Libertad y responsabilidad son inseparables.


El hombre está condenado a ser libre porque, una vez lanzado al mundo, él es responsable de todo lo que hace.


La libertad no es una mera idea, una linda abstracción, más o menos adorable. Es el hecho más práctico y elemental de la vida humana. Es tan prosaico y necesario como el pan. La libertad es la primera necesidad del hombre, porque consiste en el uso y gobierno de las facultades físicas y morales que ha recibido de la naturaleza para satisfacer las necesidades de su vida civilizada, que es la vida natural del hombre, por excelencia.

Sólo el que sabe es libre, y más libre el que más sabe.

La libertad es el derecho a hacer lo que la ley permite.

Porque ser libre no es solamente desamarrarse las propias cadenas, sino vivir en una forma que respete y mejore la libertad de los demás.

Deja que la libertad reine. El sol nunca se pone sobre tan glorioso logro humano.

Me sentí herida cuando perdí a los hombres de los que me enamoré. Hoy, estoy convencida de que nadie pierde a nadie, porque nadie posee a nadie. Ésa es la verdadera experiencia de la libertad: tener lo más importante del mundo, sin poseerlo.

La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.


De: QFrases 



martes, 30 de julio de 2013

Un cuento breve



imagui.com

VANIDAD

            -Quiero esa estrella-dijo la rana.
            -¿Por qué no otra?-preguntó el mago.
            -Esa despertará envidia en mis amigas.
            -Bien-sonrió el mago-, si esa quieres…

            La rana tomó el brebaje y tuvo alas. Feliz, voló al encuentro de una estrella extinguida años luz atrás.
Olga Cortez Barbera

En mis lejanas épocas de inocencia...





HACE TIEMPO QUE PERCIBO

Hace tiempo que percibo,
en el alma y en el pecho,
que en tu sonrisa navega
una pregunta en acecho.

Una pregunta en acecho
en tus ojos penetrantes,
tus ojos de tinta noche
que me ven a cada instante.

Que me ven a cada instante,
por eso mi rostro se enciende,
lo que apasiona a tu boca,
boca de labios ardientes.

Boca de labios ardientes
que procrean mil fantasías,
en mis pensamientos locuras
que me inquietan noche y día.

Que me inquietan noche y día
y mira tú cómo son las cosas,
que en vez de darme un beso,
me regalas una rosa.

Me regalas una rosa
y yo confusa me quedo
cuando siento el erotismo
que destila por tus dedos.

Que destila por tus dedos,
mi timidez me controla,
la luz de mi sol se renueva
porque ya no me siento sola.

Porque ya no me siento sola,
me ves de pronto reír,
y tú sonríes contento,
sabes que me haces feliz.

Sabes que me haces feliz
 y liberas una chispa de arrojo,
mis mejillas se cubren de grana,
 la chispa se queda en tus ojos.

La chispa se queda en tus ojos
y yo odio mi vana vergüenza,
porque anhelo que me mimes
de los pies a la cabeza.

De los pies a la cabeza
te ambiciono nigromante,
para que adivines lo que siento
en este preciso instante.

Entre tu deseo y el mío,
no existe brecha ni abismo,
porque, ¿sabes, vida mía?,
yo voy sintiendo lo mismo.

Olga Cortez Barbera

lunes, 29 de julio de 2013

Escrito publicado en el Diario El Universal, sección: El viaje soñado. Año 1998






RECUERDOS DE MÉXICO
Espíritu aventurero que anhela los viajes trasatlánticos. Amante fervorosa de mi bella Venezuela, soñaba con alejarme de ella algún día. Ese sueño se cumplió. Tuve la oportunidad de realizar un viaje a México. La emoción nos estremecía, a mí y a mi familia. Cuántos deseos de experimentar nuevas sensaciones, conocer tierras lejanas. ¿Por qué México? Por la promesa de sus fascinantes historias y sus misteriosas leyendas. Además, influía el idioma, la penetración que ese país tenía en nuestros medios televisivos y el cine de los cincuenta que nos fascinaba por las tardes. Todo eso generaba en nosotras un fascinante sortilegio por dedicar el primer viaje fuera de nuestro país a conocer la cuna de los charros, las rancheras y los tamales.
En efecto, llegamos a Ciudad de México llenas de alegría y regresamos totalmente satisfechas. Como preludio de un viaje de ensueño, nos recibieron los majestuosos volcanes Ixtlazihualt y Popocatepelt: Dama Dormida y Corazón Enamorado. Ya desde el aeropuerto, nos deleitó la cordialidad del mexicano. Ciudad de México: ¡Impresionante! El desplazamiento de un gran número de taxis, Volkswagens verdes, como cocodrilos, y las busetas de pasajeros, cual peceras rodantes, por las extensas avenidas, nos hicieron olvidar cualquier signo de cansancio. Dejamos las maletas en la habitación y nos alejamos del hotel. Esa primera tarde deleitamos la vista con el impactante mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda, del afamado pintor mexicano Diego Rivera, el Monumento a la Solidaridad, la Plaza del Zócalo y la arquitectura antigua de la zona. Disfrutamos de una deliciosa cena en un restaurant de la cadena Sanborns, en la Casa de los azulejos. Sellados en mi memoria, la capital con sus catedrales deseosas de sucumbir a los embates del tiempo y que la civilización y el acervo histórico del pueblo mexicano se niega a permitir. “Guadalajara en un llano y México en una laguna”, dice la canción. Cuentan que el pueblo azteca erigió su ciudad, según la leyenda, en el sitio donde el águila, con una serpiente en el pico, posó sobre un cactus. Asombro y fascinación frente a la historia de México plasmada por Rivera en los murales del Palacio de Gobierno. Habla de la cultura azteca, la conquista de sus territorios, la destrucción del imperio, el influjo de la iglesia en la nueva sociedad y la lucha de clases. La zona arqueológica de Teotihuacán, donde descansan eternas las Pirámides del Sol y de la Luna. Desde sus cimas se contempla el valle de México, donde la brisa acuna el lamento de los indios doblegados por la civilización venida de ultramar. Tula, vientos atiborrados de lejanías y misterios. En un lugar privilegiado, oteando el firmamento, los Atlantes, quienes me susurraron al oído su procedencia de estrellas lejanas y la esperanza de ver llegar un día la nave que vendrá a buscarlos. Cuernavaca y su museo de abigarradas culturas, donado por Robert Brady, rico heredero que se enamoró de ese pueblo primaveral, donde decidió finalizar sus días. Los óleos atesorados en el Monasterio de San Francisco de Javier, en Tepotzotlán. Taxco con su Iglesia de Santa Prisca (evocación de suntuosidad y poder) y los negocios de platería. El colorido de Xochimilco, sus trajineras, jardines flotantes, y las aguas tranquilas. El paseo de la Reforma y los monumentos. La frondosidad del Parque de Chapultepec y los mitológicos dioses. El viaje hacia lo remoto en el Museo Nacional de Antropología, muestra extraordinaria de las culturas azteca, maya y tolteca. La actualidad y el glamour en las tiendas de la Zona Rosa. El folklore y la alegría en el Teatro de Bellas Artes. La juventud y la música en el Hard Rock Café. La fragancia y el sabor de la comida mexicana…
En la víspera del regreso nos invadió la nostalgia. Recordamos, entonces, la agitada vida de Caracas, El Ávila majestuoso, las cordilleras andinas, los cerros, cual dinosaurios dormidos, de las tierras larenses, el sol de las playas de oriente, las joyas geográficas de Guayana, la chispa del venezolano. De nuestra historia, el mito de El Dorado, el heroísmo de nuestras huestes patrióticas y la Declaración de La Independencia.
Venezuela, tierra nuestra, con su magia, clima primaveral y potencial humano, lecho de sueños y esperanzas. Viajar enriquece el espíritu e incrementa el conocimiento, pero al final de toda travesía, el cansado viajero desea regresar a su hogar.
Olga Cortez Barbera


Nota: Arreglo de fotografías de mi amiga y colaboradora Patrick Astorga


Rita, amiga, ¿reiremos juntas de nuevo?





Mi amiga…Carcajadas bizarras y cabellera montaraz. Nos conocimos adultas. Ella, con su abnegación maternal y sus sábados de planchado. Yo, con el desparpajo del libre pensamiento y las ansias de devorarme la vida. Las horas a su lado eran una inversión en buenos momentos, alegrías y confidencias, mientras preparaba una “zuppa di cozze” o un “risi e bisi”, legado culinario de su linaje italiano.  
Las responsabilidades me alejaron. “Tengo que visitarla”, dije tantas veces. Pero antes de hacerlo, se fue. Hoy la imagino sobre una góndola zarca, entre florecillas de Murano, poemas perdidos y sueños inconclusos, surcando el mediterráneo hacia los mares perpetuos.
            Yo, sentida. No pude agitar el pañuelo para decirle “adiós”…    

Olga Cortez Barbera    

sábado, 27 de julio de 2013

Cuento que forma parte del libro EN RED DANDO HISTORIAS, Grupo Literario Tallerines



CAUSA PROBABLE

Aquí estoy, observando lo que sucede. En la calle la ambulancia, los paramédicos, el cuerpo sobre la camilla y la curiosidad de los vecinos. Los oficiales entran y salen de la casa. Estefanía da su opinión sobre los hechos al detective, y los científicos criminalistas espolvorean las superficies y toman huellas. Hay un cadáver y deben dar con la causa probable de la muerte. ¡Pobre Bernardo!
Nos conocimos en el Drugstore de Chacaíto, un sitio de encuentro en los años 70, donde se vendían perros calientes kilométricos y cervezas a litro. Sara y yo tratábamos de devorar, entre carcajadas, el “hot dog” extra-largo y ahogado en salsas, con la belleza propia de la juventud y sin preocuparnos por la silueta. Bernardo abandonó su mesa y se acercó.
-¡No las creo capaces de acabar con eso!-dijo.
-Ayúdanos-le propuse.
Entonces, se presentó.
Comenzamos a salir y el amor nos abordó de inmediato. Bernardo estudiaba en la Escuela de Medicina, yo en la de Arquitectura, en universidades diferentes y retiradas. La despedida se nos hacía cada vez más difícil. Por el matrimonio, abandoné la carrera y conseguí un empleo. De esta manera, Bernardo se graduaba. Luego me encargaría de terminar los estudios. El futuro era extenso y lleno de posibilidades.
Se recibió con honores. Pronto lo contrataba una de las mejores clínicas de la ciudad y era reconocido como un excelente especialista. En esa amalgama de triunfos, los años pasaban. Yo, entretanto, sin regresar a la facultad. A pesar de ello, me sentía bien: una posición económica de privilegio y un esposo amándome cada día más. Nuestros aniversarios eran la excusa adecuada para recorrer el mundo. ¿Nos hacía falta algo? Sí, los hijos. Cuando nos enteramos de que me era imposible tenerlos, dijo: “Lo que no se tiene, no se añora.” Una vorágine de agradecimiento me unió a él como nunca. Seríamos uno para el otro. Nadie más. Comprendí que sin Bernardo a mi lado, nada tendría sentido. No pude percibir el abismo que me esperaba al convertirlo en el centro de mi existencia.
La duda llegó como una picadura de zancudo, en las vísperas del vigésimo aniversario de casados. Después de tantos años, yo no podía pretender que nos consumieran las mismas llamaradas. Los cambios en su actitud obedecían, por tanto, a las nuevas responsabilidades como director y socio de la clínica. Por eso, cuando me dijo que en esta oportunidad, el aniversario lo celebraríamos en un buen restaurante y no con un viaje, me extrañó. Y aunque continué conversando con normalidad, algo ya no me dejó en paz.
Imposible dormir. El aguijón de la incertidumbre hería la fe en él. ¿Por qué cambió de planes? ¿Acaso no me había dado cuenta de que Bernardo no era el mismo? ¿El motivo era otra mujer? Pasé horas buscando respuestas. Por la mañana, como quien se aplica una pomada y calma el ardor, me dije: “No, debe ser que está muy ocupado. Estoy viendo fantasmas.”
Pero la picadura fastidiaba cada vez más. Comencé a sospechar de los horarios imprevistos, las salidas repentinas y las llamadas misteriosas. La duda me sumergía en el miedo a perderlo. Cuando me atreví a preguntarle, sonrió mientras respondía: “No creo que a estas alturas puedas desconfiar de mí”. Me abrazó, como de costumbre. No lo sentí igual. Me dejé arrastrar por los celos. Supe lo que era el infierno.
 Una tarde, llegó Sara de visita. Sus ojos recorrían la sala, como si fuera la primera vez que estaba allí. Esa actitud fue otra alarma. “¿Qué pasa, amiga?” “Nada, ¿por qué preguntas?” Yo la conocía demasiado. Supuse que se debatía entre la adhesión a mi persona y la pena que pudiera causarme con sus palabras. Imaginé y quise morir. Sin embargo, disimulé:
-Anda, chica, cuéntame lo que sea, para eso somos amigas, ¿no?
-Ok…, con tal de que no le comentes a Bernardo lo que te voy a contar. Al menos, no le digas que fui yo.
-Prometido.
-Lo he visto varias veces con una chica en un restaurante. No me pareció que fuera una de sus colegas. Tal vez no sea nada, pero averigua, por si acaso.
¿Nada? El insecto de la incertidumbre ahora era un alacrán que emponzoñaba. Con todo, me armé de fuerza para desempañar el  papel de la esposa ingenua que había sido hasta ese momento. “¿Cómo te fue hoy, querido?” Mientras se duchaba, revisé su celular. En la agenda, el nombre de Estefanía Casas me humilló. No pude evitar que el reptil de la venganza envolviera entendimiento y corazón. El desquite debía ser impecable e implacable.
¡Cianuro!, el método más vulgar y usado a lo largo de la historia criminal. Era verdad, nada insólito, pero válido. De algo debían servir las horas gastadas frente al televisor; tiempo en el que mi amado esposo recogía los laureles de su desempeño profesional. CSI, Criminal Mind y Detectives Médicos me ayudarían a ejecutar el crimen perfecto. El precio justo por su deslealtad. Nada de huellas dactilares, ni ADN o células epiteliales. En todo caso, mi imagen de esposa abnegada no conjugaba con actos de esa especie. Por eso decidí llevar a cabo el plan. Con los guantes quirúrgicos de mi cónyuge puestos, tomé la llave de la gaveta del escritorio y abrí la alacena de medicamentos. El cianuro terapéutico, el mejor de los aliados. Esa noche, una que pudo haber sido maravillosa, lo esperaría vestida para salir a celebrar nuestra veintena de felicidad.
No llegaba. Me corroía la impaciencia. El anhelo de desquite era mayor que cualquier asomo de remordimiento. Al fin, el auto que se apagaba, los pasos y la puerta que se abría. Me besó. Estaba contento. Como me sucedió con la visita de mi amiga, intuí que detrás de su pose, ocultaba algo. Sirvió licor en un par de copas. Sonó el timbre. Las colocó sobre la mesa.
 -¡Vamos a celebrar!-exclamó, mientras se dirigía a la puerta.
¿Celebrar qué? ¿Mi dolor? ¿La afrenta? ¿La traición? Aproveché el momento para mezclar la dosis letal en una de las copas. Escuché un murmullo de voces y la puerta al cerrar.
-¿Quién es?-pregunté.
-Te tengo una sorpresa, y sobre eso quiero hablarte. Creo que ya es hora de que conversemos. Te habrás preguntado por qué no salimos de vacaciones este año. Hay momentos en que se deben tomar otras decisiones, como ésta, que ya estoy por comunicarte. Espera un poco. Quiero que conozcas a alguien.
Era ella, con la lozanía y la sonrisa de valla publicitaria a cuestas. Cargaba un portafolio. ¡Qué osados! Mi esposo servía otra copa y se la entregaba. Luego, él y yo tomamos las nuestras. “¡Brindemos!”, dijo. “¡Sí, brindemos!”, confirmé. Las copas regresaron a la mesa, a medio beber. Me hundí en un lago de paz. “Te mereces esto y más”, pensé. Sólo había que esperar un poco. Mientras tanto, me dediqué a escuchar.
-Como te decía, mi amor, tomé una decisión. Cambiar de regalo en esta fecha tan especial. Por eso la invité a ella. Estefanía es una  promotora de casas en venta. En los últimos tiempos, me ha ayudado a decorar la que acabo de comprar y donde nos mudaremos próximamente. Por eso no hubo viaje esta vez. Creí que una villa cerca del mar te gustaría mucho más.
Las palabras me confundían, hasta que pude cuantificar la magnitud de mi error. En tanto extendían planos y fotografías, yo braceaba en medio del horror. “¡¿Qué hice?!” Una pesadilla entretejida con los hilos del miedo al abandono. “Estefanía Casas…, un nombre al lado de una referencia”. Tarde lo entendía. De pronto, Bernardo se levantó del sillón. Me miraba con unos ojos descomunales. Quiso alcanzarme y no pudo.
Ahora todo está como yo lo planifiqué. Las huellas de mi esposo en los objetos usados en el “supuesto crimen”, como se dice en las noticias, mientras no se compruebe la veracidad de los hechos. Observo las consecuencias de mi venganza, y no me produce placer. Al contrario, me invaden el arrepentimiento y la vergüenza. Bernardo, mi Bernardo… ¡Cómo llora! No por el remordimiento, como imaginé que sería, sino por el dolor. Sufre, sí, pero libre de todo pecado. Y yo, alejada del cuerpo, en este limbo inaccesible, donde nadie puede escucharme, me desgarro, porque me atormenta la idea de que los detectives no puedan encontrar una causa que me incrimine y, a él, lo libere.   
Olga Cortez Barbera

Presentación

Mi nombre es Olga Cortez Barbera. Comencé a escribir desde temprana edad, pasión relegada por mucho tiempo en pos del crecimiento profesional, dejando a un lado el mayor de mis sueños. Por esas triquiñuelas del destino, volví a retomar la pluma... Es decir, el teclado, luego de la partida de una mascota y la adopción de otra, historia que les contaré algún día. Hace unos años cree un blog que no fue a ninguna parte. Además de no gustarme el nombre, no supe qué hacer con él. Ahora quiero intentarlo de nuevo. El Péndulo de las Palabras nace con el propósito de compartir con ustedes vivencias, reflexiones, anécdotas y mis trabajos literarios. Escribo también cuentos y poesías para niños. He obtenido algunos reconocimientos nacionales e internacionales. Tengo varios trabajos publicados, entre ellos una novela: El baile de los hecatónquiros. Espero que, poco a poco, nos vayamos conociendo.