sábado, 12 de octubre de 2013

FRASES PARA LA REFLEXIÓN


A veces pasamos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

Oscar Wilde


Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro.

Albert Einstein

Como no me he preocupado de nacer, no preocupo de morir.

Federico García Lorca

El Universo es la canica con la que alguien juega.

Ignacio José Fornés Olmo


Verdaderamente, el hombre es el rey de los animales, pues su brutalidad supera a la de éstos.

Leonardo Da Vinci

Cada cosa tiene su belleza, pero no todos pueden verla.

Confucio


Amor y deseo son dos cosas diferentes; que no todo lo que se ama se desea, ni todo lo que se desea se ama.

Miguel de Cervantes


La libertad es, en la filosofía, la razón; en el arte, la inspiración; en la política, el derecho.

Víctor Hugo

La locura, a veces, no es otra cosa que la razón presentada bajo diferente forma.

Johann Wolfgang Goethe


Los espejos se emplean para verse la cara; el arte para verse el alma.

George Bernard Shaw

¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?

Blaise Pascal


El que quiere de esta vida todas las cosas a su gusto, tendrá muchos disgustos.

Francisco de Quevedo


He cometido el peor pecado que uno puede cometer. No he sido feliz.

Jorge Luis Borges


Los monos son demasiado buenos para que el hombre pueda descender de ellos.

Friedrich Nietzsche


Dicen que soy héroe, yo débil, tímido, casi insignificante, si siendo como soy hice lo que hice, imagínense lo que pueden hacer todos ustedes juntos.

Mahatma Gandhi

FICCIONES

es.123rf

Estoy frente al mar azul y sereno,
un buque de nácar remonta las olas,
soy libre gaviota que vuela en el sueño,
soy arena, soy alga, soy caracola.

Salgo del sueño y entro a la vida,
¿cuál es la ficción, cuál es la verdad?
quizás solo vivo cuando estoy dormida,
tal vez voy soñando en la realidad.

Debo apurarme, salir de la cama,
me espera la calle a la luz de la aurora,
el barullo del tráfico rasga la calma,
corre el reloj y me perturba la hora.

Miro y mis ojos olvidan mirar,
ignoran la gracia de la noble arboleda
 y el intento del niño que quiere cruzar
la calle abrumada hacia la vereda.

El caos urbano, ¿a quién no atormenta?
hormigas que buscan su propio camino,
y yo, ¿qué seré, arlequín, marioneta?
alguien que sueña en conocer su destino.

Enciendo la radio y encuentro consuelo
en los suaves arpegios de una canción,
las nubes ligeras miman el cielo
y ya no hay zozobra en el corazón.

Quiero volar con las guacamayas
hacia las montañas que tocan el norte,
soñar que soy libre y no existen murallas,
que me espera un oasis en el horizonte.

Mi alma se aparta del tinte mundano
y en secreto pregunta si es real o ficción
anhelar pasar la vida soñando,
 soñar que es posible un mundo mejor.


Olga Cortez Barbera

EL CALLEJÓN DE LA PUÑALADA


 
www.mijaragual.net

 Al fin me había decidido a recorrerlo, venciendo mis prejuicios y temores. La curiosidad había terminado con ellos. A esa hora de la mañana se mostraba desierto, a excepción de los aleros llenos de palomas y la patrulla al final. Visto de esta manera, parecía un callejón más en la gran ciudad, si no contábamos el olor a rancio y a lascivia desbocada. Sin embargo, yo no ignoraba el ritmo alocado y peligroso que lo sacudía nomás la oscuridad abrir sus fauces.
El callejón quedaba entre el boulevard de Sabana Grande y la Avenida Casanova. Supe de su existencia en una conversación estudiantil. La imaginación estalló cual luces de bengala, y me hizo percibirlo como un antro de matones y bucaneros existenciales que exponían la vida a un precio despreciable. Mis compañeros aseguraban que no era más que un lugar de encuentro de enamorados e intelectuales. Pero, cuando les pedí que me llevaran, dijeron que no era un sitio adecuado para jóvenes como yo. Quizás por eso el callejón se convirtió en un desafío.
No era el primero. El colegio quedaba en el centro de la ciudad. Muchas veces, Elisa y yo comprábamos helados con el dinero del pasaje y regresábamos caminando a nuestras casas. En el trayecto había un túnel que comunicaba la Urbanización El Paraíso con la Avenida Nueva Granada, cerca de donde vivíamos. En sus inicios, el túnel era alumbrado y confiable. Luego, se transformó en una galería siniestra. Sin embargo, yo me desvivía por atravesarlo. “Anda, Elisa, hagámoslo”, “¿Estás loca?, tú no sabes qué alimañas habrá dentro”, “No seas cobarde, chica”.
Fue tanta la insistencia, que un día la convencí. A pesar de mi aparente arrojo, corrimos como dos liebres en persecución. El túnel no era corto y, en la medida que nos adentrábamos, oscurecía más. No sé qué pasaba por la mente de mi amiga, no obstante, continuamos. A mitad del camino pisé algo. Luego escuché una voz: “¡¿No ves por dónde caminas?!” Entonces, sentimos que ese algo se levantaba y nos seguía. Al final, salimos a la luz y los pasos quedaron atrás. Reímos como locas, felices de haber salido ilesas de la travesura. En mi interior resplandecía la excitación  producida por el  riesgo y la victoria.
Era una sensación que quería experimentar de nuevo. Por eso comencé a indagar sobre el callejón. No andaba tan equivocada. Entre la salsa de Charlie Palmieri, Héctor Lavoe e Ismael Rivera, bebidas alcohólicas y drogas, se ofrecía poca seguridad, en una atmósfera sórdida, criminal y tramposa. Si la fama crecía ante mis ojos, también mi atracción. “Si tan sólo pudiera ir una vez… ¡Sólo una vez!” Todo eso recordé mientras caminaba sobre las aceras sucias y gastadas. En la medida en que me acercaba al otro extremo y leía en las luminarias “EL Encuentro”, “Las Tres Cepas”, “Don Sol”…, algo extraño comenzó  a abrumarme, como si todo fuera conocido. “Tal vez en otra vida yo andaba por estos lares-pensé-. ¿Será la causa de mi empeño, un pasado impreso en la memoria del alma?” Sonreí.                       
Llegué al otro extremo. Me invadió la euforia. Pasé a un lado de la patrulla, pero los oficiales me ignoraron. No me importó. Un civil se atravesó en mi camino. Tenía la mirada de una crueldad inadmisible. Me asusté porque podía tomarme como una prostituta trasnochada en busca de clientes. ¿Por qué temer?, allí estaba la policía en defensa de los ciudadanos. Posiblemente, supusieron que yo había tomado el callejón como atajo. Además, el hombre estaba esposado y no podía hacerme daño. Con todo, me atemorizaron sus ojos. Bajé la mirada. Me estremecí. Un cadáver yacía debajo de una sábana. Oí los comentarios: "Otra víctima del Callejón de la Puñalada". No me interesó ver quién era. De inmediato, lo comprendí: el hombre de las esposas me había asesinado.      


   Olga Cortez Barbera