Da lo mismo. La
soledad es igual dentro que afuera cuando la esperanza es una brizna barrida
por los vientos de la ausencia. Autómata existencial, voy y vengo sin
contratiempos. Recorro las calles y no sé si es la fatalidad la que me lleva a
casa a salvo porque, detrás de la puerta, sólo me espera el eco del
silencio donde reposa mi natural hastío. Soy ingrata. Olvido a mi mascota. Su
lealtad le hace aflojar sus sueños para recibirme con un entusiasmo que, como a
mí, lo devora, a grandes bocados, el tiempo. Ella es la sombra que me sigue en
busca de un poco de cariño. Los periódicos sin leer son el testimonio de
la mínima importancia que me da lo que pasa en el mundo. Las voces de los niños,
en la calle, me recuerdan el mío que murió. El infortunio se llevó la luz de mi
alma y, a cambio, la cubrió con una hoja seca. Yo, extraviada en la
nada, veo la oscuridad que entra por la ventana. Mi mascota ha vuelto al
universo de sus sueños. ¡Cómo ha cambiado! ¿No lo he hecho yo? Nos esperan los
caminos blancos e inapelables. ¿Tendremos la suerte de cruzarlos al mismo
tiempo? Entre tanto, mi corazón anda de puntillas para no despertar a los hados
que puedan despejarme de mi única compañía.
Olga Cortez Barbera