Mi padre Nikolás decía que la vida se puede vivir entre diez cuadras, no hacía
falta más. Todo el mundo estaba allí. Cuarenta años de vida los pasó entre
Gradillas y Sociedad, donde estaba nuestra casa, y entre San Jacinto y Madrices,
donde estuvo su café-restaurant griego. Mucho antes, nuestra casa había sido la
Tipografía donde editaba el Periódico de Los Helenos de Caracas y en el sesenta
y seis la convertimos en nuestro definitivo hogar para verlo temblar en el
sismo del sesenta y siete, y quemarse, a medias, en el ochenta y cinco. Y es
que la vida está llena de remodelaciones, temblores y fulgores, decía, y todo
eso puede suceder en diez cuadras.
Tenía
razón, si preciso que vivió, trabajó y conoció a mi madre Nikoletta entre diez
cuadras de… Atenas. Él laboraba como joyero, su primer oficio, en un sótano de
la Calle Teseo y desde allí, asomándose a un tragaluz, vio pasar las piernas
doradas de una colegiala treceañera. Teseo se convirtió en Deseo. Salió
corriendo para verla entrar a su casa, en un pasaje que daba a la Calle
Pericles, a sólo tres cuadras de donde la vio por primera vez. Lo demás fue pan
comido, me decía con orgullo: un piropo, dos miradas, tres palabras. Yo le
apuntaba: Papá, estas cuadras deben ser las del casco histórico de la ciudad.
Y
es verdad, aunque nací en una clínica, mucho más lejos, mi primera cuna fue en
un apartamento del Edificio Ingenuo de la Avenida Baralt, a dos cuadras de las
esquinas Muñoz y Padre Sierra, donde mi padre tuvo su segundo trabajo, en Caracas;
una joyería que llamó “Niki”, por mi mamá, y que quedaba, nada más y nada
menos, frente al Congreso o Capitolio en Caracas. El primer trabajo de mi papá,
en la llamada “Cuna del Libertador”, fue en el Pasaje Linares entre la Plaza El
Venezolano, a media cuadra de la Casa Natal de Simón Bolívar.
Y
si me pongo a pensar que entre el lugar de nacimiento del Héroe y El Mausoleo,
donde se guardan hoy sus restos, hay sólo diez cuadras, mi padre,
metafóricamente, tenía razón. Hoy la palabra metáfora en griego moderno
significa transporte o mudanza. Y aunque
Bolívar y mi padre viajaron medio mundo para sus hazañas públicas y privadas,
yo reafirmo que la esencia de sus vidas se puede resumir en diez cuadras, sean
de Atenas o de Caracas.
Pero esto es un cuento, no una historia. Cursé
toda mi primaria y todo mi bachillerato en el Liceo Ávila, de Dr. Díaz a
Peinero, a cuatro cuadras de mi segunda casa, donde nos instalamos en el
sesenta y seis y donde, pese a todo y contra todo, todavía vivo después de
cincuenta años, para hacerle honor… a mi padre. Cuando mi padre, en el setenta
y uno, abrió su café-restaurant griego, éste estaba a pata de mingo de la casa:
dos cuadras (menos, si te metías por el Pasaje Las Gradillas). Papá era muy
sarcástico con mi mamá: en Atenas, le decía, vivías en un Pasaje cuando te
conocí, aquí, en Caracas, vivimos frente a un Pasaje, no es de extrañar que tú
y tus hijos, cada año, me pidan un pasaje… de avión. Mi padre cumplió con dos
pasajes en su vida: uno de barco para llegar a Caracas, y otro de avión para regresar
a Atenas.
Día por medio, mi hermano Pantelis y yo acudíamos al Correo de
Carmelitas, a cinco cuadras, a enviar y recibir cartas de Grecia. La mayoría de
las estampillas eran las caras de Bolívar, en todos los colores. Nunca se me
olvidará el número de nuestro apartado postal: el 1124. La Aritmética de mi
Periferia y la Gramática de mi Grafía se la debo, entonces, a esta vida entre
diez cuadras de Caracas. Y cada vez que voy por la Avenida Universidad a tomar
el metro, dos cuadras y media de mi casa, sé que rememoro el trayecto que mi
madre de trece años, y a escondidas, hacía para encontrarse con mi padre, en un
café de la céntrica calle Hermes de Atenas. Y entiendo entonces por qué mi
planeta es Mercurio, mi signo Géminis, y por qué durante trece años ayudé a mi
papá como mesonero, un “mensajero” de delicias griegas, donde se necesitan dos,
o sea, un “pasodoble”, o sea “otro yo”. Entiendo también por qué hago teatro.
No es fácil descender en La Hoyada y no caer en los bajos fondos.
Mucho
tiempo después, cuando mi padre me fue a ver en el Teatro Nacional, en la
esquina de Cipreses, haciendo de puertorriqueño que emigraba a Nueva York, en “La
verdadera historia de Pedro Navaja”, él no tuvo que caminar más de seis cuadras
y, sin embargo, mi papel, Libertario Labrador, se aprestaba a emigrar medio hemisferio,
pa´ir al Norte, con una canción. Al fin y al cabo, no era yo el que estaba en
escena, sino alguien como mi papá, que también era letrista de canciones, y
sabía que podemos contar y cantar muchas vidas en menos de diez cuadras,
siempre y cuando, como yo le insistía, sea en Atenas o en Caracas, esas diez
cuadras tuvieran: Panteón, dos Palacios Gubernamentales, Tres Estaciones de Metro,
cuatro Museos, cinco Teatros, seis Plazas, siete Iglesias, ocho Farmacias,
nueve Cinematógrafos y mucho más de diez Sitios Históricos donde se
Anfitriones, Coreutas y Bacantes. Él se reía. Ambos sabíamos que todos esos
tópicos eran lógicos: provenían de un léxico ateniense que, a su vez, era
caraqueño. Papá Nikolás me daba la razón: ¿Ves? Da lo mismo estar en el Centro
de Atenas y en el Centro de Caracas, en sólo diez cuadras. Al fin y al cabo, yo
le rubricaba, El Ávila es nuestra Acrópolis y, en ambas ciudades, se ven de
todas partes y nos causan admiración.
Sí,
la vida se puede vivir entre diez cuadras. Papá y mamá están en el cielo,
Caracas es la “Sucursal del Cielo”; y hay quien dice que sin la historia que
pasó entre las diez cuadras de Atenas, en el siglo V antes de Cristo, el mundo
sería… poquita cosa.
COSTA
PALAMIDES
Nota: Con el permiso de Pantelis, buen amigo, excelente anfitrión, con una familia maravillosa, publico este hermoso testimonio escrito por Costa, su hermano, que me gustaría conocer algún día. Con estas líneas, regresé a la época de mi juventud, a los lugares que formaron parte de mis aventuras y experiencias: el centro de mi Caracas bella. Ojalá la buenaventura me premie y me permita, alguna vez, andar por las calles del centro de Atenas.
Imágenes: pinterest.com
es.123rf.com