¿La diferencia entre realidad y
ficción?
La ficción tiene mayor sentido.
Tom Clancy
El
sol despeja la atmósfera; no hay nubes. En las alturas de este rascacielos
donde vivo, me sobrecoge el espectáculo. La urbe, el océano y un horizonte que
se pierde detrás de unas montañas reducidas por la distancia. Los ventanales juegan
con la osadía del viento. En esta sala me siento a salvo de los caprichos de la
naturaleza. Pasa un ave y mis ojos van con ella. Abro la ventana; el día huele
a flores de verano. Quiero volar, extiendo los brazos. No me preocupa la existencia,
no pienso. Me atrapa la emoción del vuelo. No deseo despertar.
En
la oficina, la computadora extiende la página de Excel frente a mis ojos. Me
abruman las cifras que alimentan los estados financieros. ¿Superávit o Déficit?
Uno de ellos decidirá si es apropiado, para la empresa, hacerle un ajuste a mi
sueldo. Sumo, resto… Saldo en rojo. Igual que en mi presupuesto. ¿Qué me
quitará primero el banco, la casa o el carro? Afuera, la gente cruzando la
vida. Del balcón de un edificio las palomas se van. Una joven aparece y reta al
futuro con su belleza. Me acongoja. La que fui se extravió persiguiendo
utopías. El café se congela sobre el escritorio.
Lo
mismo, siempre lo mismo. Salir del apartamento rumbo a la oficina, dejarme llevar por el automatismo y las
responsabilidades. Luego, al final de la tarde, regresar para tenderme sobre la
cama, por él desocupada. Hace años que la almohada perdió el olor a “Aramis”.
No obstante, el recuerdo conserva la calidez de su cuerpo. Lo esposos, antes de
fallecer, deberían dejar un clon. Al menos, a cierta edad, para tener con quién
hablar. “Adopta una mascota”, me aconsejan. Um, dejarla sola durante el día…
Para soledades, basta con la propia.
Ayer hice algo
distinto. La llovizna no impedía que me fuera caminando a través de la noche
que avanzaba. Topé con un letrero iluminado por la luz de neón. Me vino a la
mente aquel otro de la novela: Sólo para locos. “El lobo estepario”, dije. Pensé
en mí, en la austeridad de mis días ¿En eso me había convertido? Traté de leer
entre la bruma. Se me antojó que el letrero indicaba: “Teatro mágico. Sólo para
mujeres tristes”. Sin cavilarlo, atravesé la callé y me sumergí en el vaho,
mezcla de alcohol y tabaco, para amordazar el vacío que me llenaba el alma.
Parejas enamoradas y hombres a la caza. Se me acercó uno. Me hizo sentir aún atractiva,
sensual. Le seguí los pasos. Supe que las pasiones momentáneas eran inútiles.
Regresé a casa con un abismo más profundo.
Esta mañana llamé al
trabajo. La mentirilla me liberaba de la esclavitud laboral. Por las cortinas
se filtraba la luz de un cielo que, cosa extraña, me limpió el ser. Se amplió
el panorama. La mala hora de la noche anterior perdió importancia. “Vive como
si fuera hoy el último día…” Se me animó el espíritu. Regué las matas, canté,
leí un poema. “Debo dejarme de tonterías y escapar de este ostracismo absurdo”.
En la calle sentí que caminaba, cual personaje de película, bajo el sol de Toscana. Era yo la flor, el
ave, la brisa. A pesar de las deudas, compré un vestido y una botella de vino.
Ya en casa, me dio por escuchar mis “chatarritas” preferidas. No sé sí por el
vino, o por las voces de Carol King, Steve Wonder y los Bee Gees, regresó la
melancolía. “¿Podemos liquidar las penas con sólo atravesar el espejo?”
La luna es clara. Su
luz pincela los muebles con tonos de irrealidad. El coro de grillos y el croar
de una rana me devuelven los aromas de la infancia, del jardín de la casa de
mis abuelos, donde yo hundía los dedos entre los pétalos de las cayenas y la
tierra mojada. Escucho el piano y el tarareo de mi madre. Me llega el olor a
buñuelos y a ponches caseros. Un instante es Semana Santa; otro es Navidad en
familia. Luego, como si hubiera mordido un trozo de upelkuchen, el pastelillo que
hace crecer a Alicia, la del país de las maravillas, me veo grande, tan alegre
como la joven del balcón, cuando imaginaba que mis ilusiones eran sólidas como
la realidad. Todo lejano y cerca, grande y pequeño. Me abriga la nostalgia por ese
mundo del que me separan los cristales del tiempo. A través de éstos, un bando
de palomas. ¿Cuál se llevó mis sueños? Me gustaría atraparla. ¿Es posible? Tal
vez, si atravieso la línea, si extiendo los brazos, como en el sueño, yo pueda
encontrar lo que añoro al otro lado del espejo.
Olga Cortez Barbera