viernes, 2 de agosto de 2013

OSADIA


Imagen de: homehow.net

Y allí estaba el mar. Aromático, inquieto y musical. Mi hermana y yo con deseos de arrancarnos el sol de la piel, saltando entre las olas.
            -Enséñame a nadar-dijo ella, despertando en mí el instinto de sirena.
            Haciendo gala de una destreza que no poseía, comencé a flotar como un pelícano panza arriba.
            -Te estás alejando, hermanita.
            No hice caso. La barahúnda de pitos de los guardianes de la costa me hizo abrir los ojos. La playa no estaba cerca. Me hundí. Controlando el susto cada vez que tocaba fondo, me impulsaba hasta sentir el rostro fuera del agua. No pasó mucho tiempo, cuando el terror me hizo dar un alarido e imaginar que llegaba el fin. No fue así. Por suerte, apareció un niño con un salvavidas puesto:
            -Espera, te ayudo.
            Me llevó a la playa. La sirena que habitaba en mí se perdía en las profundidades del mar.           
           

            Olga Cortez Barbera

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