domingo, 11 de agosto de 2013

Versos de mujer


Poetas venezolanas


María Calcaño

MARIA CALCAÑO

Canciones que oyeron mis últimas muñecas

Había olvidado las muñecas
por venirme con él.

De puntillas, 
conteniendo el aliento
me alejé de mis niñas de trapo
por no despertarlas...

Ya me iba a colgar de su brazo,
a cantar y bailar
y a sentirme ceñida con él:
¡como si a la vida
le nacieran ensueños!

Yo no llevaba corona, 
pero iban mis manos colmadas
de bejucos floridos de campo,
de alegría, de amor, de fragancias.

Muchas noches pasaron encima
de aquella honda pureza sagrada.
¡Todo el cielo volcado en nosotros!

Había olvidado las muñecas.

Ahora él se ha ido.
Lo mismo,
despacito, por no despertarme...


Enriqueta Arvelo Larriva


ENRIQUETA ARVELO LARRIVA

Líneas de primera lluvia

Yo tenía sed
de esta lluvia tendida y fuerte de estreno.
Irrumpió en la madrugada propicia
como sonante invasión revolucionaria.
Y me levanté temprano, con calofrío delicioso,
por ver caer el agua nueva sobre la tierra soflamada.
El chorro de la canal de la casa
me bañó con violencia graciosa.
Mi sangre y mi alegría
se rizaron bajo el agua desatada
que calmaba la angustia de la tierra.
He charlado del llover
con los chiquillos vecinos.
Me he sentido infantil el gesto.
Sonó niña mi voz
cuando detuvo el paso de los muñecos vivos
que pugnaban por mojarse.

Y de pronto
el desconsuelo me muerde la carne estremecida del ánimo.

Todos los días pasarán perdidos y lentos.


Ana Enriqueta Terán

ANA ENRIQUETA TERÁN

Piedra de habla
De libro de los oficios, 1967

La poetisa cumple medida y riesgo de la piedra de habla.
Se comporta como a través de otras edades, de otros litigios
Ausculta el día y sólo descubre la noche en el plumaje del otoño
Irrumpe en la sala de las congregaciones vestida del más simple acto
Se arrodilla con sus riquezas en la madriguera de la iguana...

Una vez todo listo, regresa al lugar de origen. Lugar de improperios.
Se niegan sus aves sagradas, su cueva con poca luz, modo y rareza
Cobardía y extraño arrojo frente a la edad y sus puntos de oro macizo
La poetisa responde de cada fuego, de toda quimera, entrecejo, altura,
 que se repite en igual tristeza, en igual forcejeo por más sombra
por una poquita de más dulzura para el envejecido rango.

La poetisa ofrece sus águilas. Resplandece en sus aves de nube profunda.
Se hace dueña de las estaciones, las cuatro perras del buen y mal tiempo.
Se hace dueña de rocallas y peladeros escogidos con toda intención.
Clava una guacamaya donde hay que arrodillarse.
La poetisa cumple medida y riesgo de la piedra de habla.


De: Poetas venezolanos contemporáneos
      César Seca


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