lunes, 29 de julio de 2013

Escrito publicado en el Diario El Universal, sección: El viaje soñado. Año 1998






RECUERDOS DE MÉXICO
Espíritu aventurero que anhela los viajes trasatlánticos. Amante fervorosa de mi bella Venezuela, soñaba con alejarme de ella algún día. Ese sueño se cumplió. Tuve la oportunidad de realizar un viaje a México. La emoción nos estremecía, a mí y a mi familia. Cuántos deseos de experimentar nuevas sensaciones, conocer tierras lejanas. ¿Por qué México? Por la promesa de sus fascinantes historias y sus misteriosas leyendas. Además, influía el idioma, la penetración que ese país tenía en nuestros medios televisivos y el cine de los cincuenta que nos fascinaba por las tardes. Todo eso generaba en nosotras un fascinante sortilegio por dedicar el primer viaje fuera de nuestro país a conocer la cuna de los charros, las rancheras y los tamales.
En efecto, llegamos a Ciudad de México llenas de alegría y regresamos totalmente satisfechas. Como preludio de un viaje de ensueño, nos recibieron los majestuosos volcanes Ixtlazihualt y Popocatepelt: Dama Dormida y Corazón Enamorado. Ya desde el aeropuerto, nos deleitó la cordialidad del mexicano. Ciudad de México: ¡Impresionante! El desplazamiento de un gran número de taxis, Volkswagens verdes, como cocodrilos, y las busetas de pasajeros, cual peceras rodantes, por las extensas avenidas, nos hicieron olvidar cualquier signo de cansancio. Dejamos las maletas en la habitación y nos alejamos del hotel. Esa primera tarde deleitamos la vista con el impactante mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda, del afamado pintor mexicano Diego Rivera, el Monumento a la Solidaridad, la Plaza del Zócalo y la arquitectura antigua de la zona. Disfrutamos de una deliciosa cena en un restaurant de la cadena Sanborns, en la Casa de los azulejos. Sellados en mi memoria, la capital con sus catedrales deseosas de sucumbir a los embates del tiempo y que la civilización y el acervo histórico del pueblo mexicano se niega a permitir. “Guadalajara en un llano y México en una laguna”, dice la canción. Cuentan que el pueblo azteca erigió su ciudad, según la leyenda, en el sitio donde el águila, con una serpiente en el pico, posó sobre un cactus. Asombro y fascinación frente a la historia de México plasmada por Rivera en los murales del Palacio de Gobierno. Habla de la cultura azteca, la conquista de sus territorios, la destrucción del imperio, el influjo de la iglesia en la nueva sociedad y la lucha de clases. La zona arqueológica de Teotihuacán, donde descansan eternas las Pirámides del Sol y de la Luna. Desde sus cimas se contempla el valle de México, donde la brisa acuna el lamento de los indios doblegados por la civilización venida de ultramar. Tula, vientos atiborrados de lejanías y misterios. En un lugar privilegiado, oteando el firmamento, los Atlantes, quienes me susurraron al oído su procedencia de estrellas lejanas y la esperanza de ver llegar un día la nave que vendrá a buscarlos. Cuernavaca y su museo de abigarradas culturas, donado por Robert Brady, rico heredero que se enamoró de ese pueblo primaveral, donde decidió finalizar sus días. Los óleos atesorados en el Monasterio de San Francisco de Javier, en Tepotzotlán. Taxco con su Iglesia de Santa Prisca (evocación de suntuosidad y poder) y los negocios de platería. El colorido de Xochimilco, sus trajineras, jardines flotantes, y las aguas tranquilas. El paseo de la Reforma y los monumentos. La frondosidad del Parque de Chapultepec y los mitológicos dioses. El viaje hacia lo remoto en el Museo Nacional de Antropología, muestra extraordinaria de las culturas azteca, maya y tolteca. La actualidad y el glamour en las tiendas de la Zona Rosa. El folklore y la alegría en el Teatro de Bellas Artes. La juventud y la música en el Hard Rock Café. La fragancia y el sabor de la comida mexicana…
En la víspera del regreso nos invadió la nostalgia. Recordamos, entonces, la agitada vida de Caracas, El Ávila majestuoso, las cordilleras andinas, los cerros, cual dinosaurios dormidos, de las tierras larenses, el sol de las playas de oriente, las joyas geográficas de Guayana, la chispa del venezolano. De nuestra historia, el mito de El Dorado, el heroísmo de nuestras huestes patrióticas y la Declaración de La Independencia.
Venezuela, tierra nuestra, con su magia, clima primaveral y potencial humano, lecho de sueños y esperanzas. Viajar enriquece el espíritu e incrementa el conocimiento, pero al final de toda travesía, el cansado viajero desea regresar a su hogar.
Olga Cortez Barbera


Nota: Arreglo de fotografías de mi amiga y colaboradora Patrick Astorga


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