En el Club Italo-Venezolano
Seres que pasan por nuestras
vidas y dejan huellas: Vittorio Rezzin. Por su carácter extrovertido, franqueza
y humanidad. Imposible que pueda pasar desapercibido. Una frase que le viene a
la medida:
Aquí estoy yo
Por
ciertas circunstancias, yo debía cambiar de oficina a otra empresa del grupo
donde trabajo. Mis compañeros comenzaron a decir que, para mí, ya las cosas no
serían iguales. Opinaban que no era fácil el trato con el nuevo personal. Cosas
que se suponen, cifradas en las apariencias. Les dije que no me preocupaba
porque, por lo general, me llevaba bien con la gente. “Sí, pero lo que no sabes
es que allá trabaja un Gerente que es antipatiquísimo”. Yo, que ya lo había
visto por las oficinas unas cuántas veces, pensé que tal vez no se equivocaban.
Aquel ingeniero, vestido de flux y corbata, de porte altivo y caminar
principesco, intimidaba, pero no era algo que me quitara el sueño. Siempre he
pensado que debemos acercarnos un poco a las personas para poder adquirir una opinión
justa.
Me
mudé. Y la verdad es que me sentí cómoda desde el primer momento. Me
presentaron al “antipático”. En contra de los pronósticos, el “antipático” me
dio una grata bienvenida. Supe que haríamos buenas migas. A los pocos días, ya
almorzábamos juntos. Así comencé a conocer a Vittorio, el del afán de la buena
mesa, el de gusto exquisito, el de la chispa encendida, el buen padre y esposo,
el amigo que se le quiere y que ahora se despide de la empresa.
Con sus compañeros de trabajo
¿Qué
cosas podían unir al blanco peninsular venezolano rififí y a la india
centroamericana venezolana marginal, como nos definíamos en broma? Algunas
cosas, las imprescindibles para armar una buena camaradería.
Ambos tratábamos de
cuidarnos la figura:
-Estamos engordando.
-Ay, sí. Vamos a hacer
dieta.
Entonces, nos
aparecíamos con el almuerzo dietético preparado en casa. Si no, salíamos a la
calle a comer ensaladas, acompañadas de refrescos Light. Al final de aquel
almuerzo balanceado, no faltaba la pregunta:
-¿Nos comemos un
dulcito?
La marquesa de
chocolate, el pie de limón o el tocinillo del cielo demolían toda la buena
intención de alimentarnos bien. A media tarde, sin remordimientos o vergüenza,
nos invitábamos al kiosco para comprar algún chocolatito que nos quitara esas “tengo
ganas de comerme un dulce”, como si el del almuerzo no hubiera sido suficiente.
Pronto formábamos un
buen equipo, integrado por el mismo gusto en la comida y en los dulces: Los tres mosqueteros y D´Artagnan. Merly,
Lucía, Vittorio y yo aprovechábamos los cumpleaños, o las veces que queríamos,
para comer comida japonesa, árabe, italiana o nacional, siempre aderezada con
el acostumbrado postrecito. Para bajar la panza por los desafueros culinarios,
Vittorio agotaba las calorías en largas horas de natación y en complicadas
contorsiones yoga.
Vittorio Feliz
Aunque unos años
menor, nos unían los recuerdos de la época de los setenta. Habíamos visto las
mismas películas y leído los mismos libros, lo que nos daba herramientas para
conversaciones largas e interesantes. Hablábamos de política, de ciencia, de religión, de la vida, sin importar las discrepancias que pudieran surgir en
las conversaciones. Andar con Vittorio era, en definitiva, pasar un momento
distinto, ocurrente y alegre, por su manera llana y divertida de decir las
cosas. ¿Cómo podemos olvidar sus compañeros la cena en El Picacho, en El Ávila,
o en aquel restaurante a la orilla del mar, o su singular saludo al llegar a la
oficina y que acababa con la somnolencia matutina?
En El Picacho, Waraira Repano
Es imposible hacer a
un lado sus recomendaciones literarias, ni las tramas novelescas, ni los
títulos para mis próximos escritos, que pienso seguir recibiendo en el futuro.
Los compañeros de trabajo pasan cuando se van. La misma dinámica de la vida los
induce a ello. Pero cuando esa relación traspasa la frontera laboral y cae en
los linderos de la amistad, vale la pena hacer el esfuerzo para no dejarla
perder.
Así que:
Se va D´Artagnan.
Aquí quedan Athos, Porthos Y Aramís. Espero que no lo olvide.
Termino
con este cuento, inspirado en él:
VITTORIO
LIGHT
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Ahora, de vez en cuando, la heladera de la casa se encuentra vacía. Eso es algo
extraño porque al italiano le encanta disponer en casa de todo cuánto necesite
para inventar y reinventar los banquetes deliciosos que ofrece en su
restaurante “Vittorio Light”. Existe un motivo para ello.
En medio del buen gusto, mesoneros impecables e inefables
aromas, los clientes que sueñan con una figura de pasarela sin hacer ejercicios
físicos, salivan frente a los platillos que relumbran bajo cremas y siropes. El
maître los tranquiliza asegurándoles que están elaborados con ingredientes de
bajas calorías. No obstante, son tan deliciosos, que los inducen a pedir otra
ración. Por supuesto, comiendo el doble, por menos calorías que tenga, nadie
adelgaza, al contrario. Si no, observemos a Don Andrés y a su panza feliz.
Tiene un tiempo yendo allá. Por consejos del médico, debe bajar de peso.
Solitario, sin artes culinarias, o por mera comodidad, prefiere alimentarse en
el mejor sitio de comida sana de los alrededores. Pero los índices de
triglicéridos continúan su camino vía Plutón. Todavía no averigua por qué, pues
confía en Vitto, el cocinero Light más famoso de la ciudad.
Además de una clientela distinguida, Vitto cuenta con otra, nada sofisticada ni
selectiva y que come bajo la luz de la luna. Es la que viene de los rincones,
de las callejuelas y de los tejados, y que disfruta con los manjares de
desperdicios en la parte trasera del restaurante que da a la zona de descarga
mal iluminada. Siempre está concurrida. Los comensales ya conocen la hora y se
acercan de a poco. Esperan impacientes, saben que pronto se abrirá la puerta.
Los ayudantes de cocina siguen las instrucciones del jefe y depositan las
sobras a merced de los asistentes hambrientos que ronronean y ladran de gusto,
como grandes amigos. A veces Vitto los observa y sonríe satisfecho. Mientras
esta clientela lo mira confiada y devora a poca luz, al lado del cocinero
siempre está el gracioso orejón de patas cortas.
¿Cómo y cuándo llegó allí? Unos meses antes, Vitto ya regresaba a la cocina
cuando percibió una sombra que se deslizaba hacia los potes de la basura. Podía
ser un nuevo convidado canino. Demostrando su debilidad por los animales,
hizo uso de la linterna del bolsillo para cerciorarse. Era así. Un perro, un
basset hound, flaco y temeroso, le veía con una mirada de abandono. Vitto se
acercó y le acarició la cabeza. El perro supo que tropezaba con un buen individuo.
Agradecido, meneó la cola. A los pocos días, se transformaba en el invitado
preferido. Luego, repuesto y bien bañado, gozó del privilegio de deambular
entre las mesas del restaurante.
Como de costumbre, allí estaba Don Andrés.
-Estas coquillas de mariscos están deliciosas-dijo-, ¡pero, son tan poquitas!
Sírvame otras.
El hombre olvidaba la precaución y los consejos del médico frente a su apetito
voraz. Gracias a Dios, existían las recetas dietéticas. No consideraba que, aun
así, debía comer con moderación. Además de la doble ración de coquillas,
degustó pato a la naranja, ensalada césar y un rico pastel de chocolate, todo
con la garantía de que eran preparados con ingredientes Light.
-¡Tengo siglos que no tomo!-se
dijo-Una copita no me hará daño.
Entre copita y copita, vació la botella.
-Uf, el vino me dio calor, necesito
aire fresco.
Se levantó con la idea de salir a la
calle. El hermoso orejón, como hacía con todos los clientes, lo acompañó a la
puerta. “Lindo chico”, le dijo Don Andrés, buscando donde sentarse y disfrutar
de la brisa nocturna. No pudo. En segundos, panza feliz caía al suelo. La
intuición le ordenó al perro ir por su amo. Entre fuertes ladridos, fue a la
cocina. Ignoró los trozos de carne y otras delicias que le lanzaban. No paró la
bullaranga, hasta que Vitto supo que debía ir tras él.
Por la soledad de la calle ascendió el aullido de la sirena. En un momento, la
ambulancia cargaba con un Don Andrés púrpura y un Vittorio preocupado. Los
empleados se encargaron de devolver la tranquilidad dentro del local. Quién
sabe si, por sentimientos de culpa, soledad, gentileza o por variar la
rutina, el noble propietario del restaurant decidió llevar a casa a Don Andrés
y a su salvador. El tiempo se le escurre ahora entre
atender al enfermo y al orejón. Sin embargo, no le importa, ahora respira una
singular fragancia a hogar. A veces no tiene tiempo para ir al mercado y se
queda sin carnes magras y hortalizas frescas. Por eso debe esperar al
empleado del restaurante con las provisiones. Siempre llega a tiempo para
llenar nuevamente la heladera. Más adelante lo hará él mismo y volverá a su pasión: la
preparación de novedosos y exquisitos platillos Light. Por los momentos, lo
importante es devolver la salud a Don Andrés.
Hace frío. Vitto enciende la chimenea. Quien lo desee, puede
ver, a través de la ventana, a dos buenos amigos que conversan frente al fuego,
con una mascota echada sobre la alfombra.
Olga Cortez Barbera
Vittorio, aunque fue poco el tiempo que compartí con él, puedo dar fe de que esta descripción es totalmente acertada. Una excelente persona que es difícil de olvidar y que hace sentirte a gusto en su presencia.
ResponderEliminarUy, los dulcitos! Difícil decir que no cuando pones en perspectiva que "con la dieta seguimos mañana".
Salúdalo de mi parte Olguita, y dile que dejó un grato recuerdo en mi memoria. Dale Besos por mi.
Cristal