martes, 5 de agosto de 2014

ERA UNA VEZ UN ASTRONAUTA




Bien, mi querida Luna, súbete al sofá. Quédate tranquila. Deja de mirar hacia los lados, mover la cola o rascarte las orejas. Acomoda tu tibio cuerpo, extiende las patas delanteras y coloca la trompa sobre ellas. ¿Quieres saber por qué llevas ese nombre? Presta atención. Era una vez un hombre que fue a la luna… Era una vez un astronauta.
Cuando aquel memorable día el astronauta puso los pies sobre la superficie lunar, se convirtió en el primer hombre en hacerlo. Eso sin considerar a los seres humanos que se dice “viven en la luna”, y que la historia no los toma en cuenta. Se dice que, además de los cráteres, el famoso astronauta encontró centenares de perritos que habitaban allí desde tiempos remotos.
Por ellos se enteró de que la luna y el sol vivieron hace millones de años en este planeta. En los archivos reposa una leyenda nigeriana que así lo confirma. Según ésta, la redonda pareja se casó y construyó una hermosa casa en tierra seca. Ellos invitaron a su gran amigo Océano que, al entrar, comenzó a inundar todas las habitaciones con sus amplias lengüetadas. A ellos les dio vergüenza pedirle que se fuera, pero como no querían mojarse, decidieron ir subiendo en la medida en que las aguas crecían.
Fue así cómo el sol y la luna se mudaron al cielo para siempre. Y aunque se turnan para observarnos con curiosidad, nunca más visitaron la Tierra desde entonces. Sin embargo, la luna muere de nostalgia porque no puede regresar al sitio más bonito que existe dentro de la Vía Láctea.
Parece que, cuando vivió aquí, la luna era muy feliz y siempre andaba lozana y esférica. Creía que podía dar a luz en cualquier momento. Su sueño era tener un montón de lunitas. Nunca pudo. Ya en el cielo, comenzó a mostrar sus cambios de humor a través de las diferentes fases que le conocemos y con su influencia sobre el movimiento de las olas.
Una noche, hastiada de tanta inmensidad, se puso a escuchar los pensamientos humanos. Así se enteró de que la humanidad necesitaba compartir la vida con compañeros leales, discretos y totalmente incondicionales. Entonces la luna, que no podía parir lunitas, pensó que un sueño se podía alcanzar de diferentes maneras. ¿Por qué no ayudar?
Se citó con el Sol y se encontraron al atardecer, a esa hora gris en que las aves regresan a sus nidos y en que los dos se miran sin poder tocarse, pero que les permite hablar con tranquilidad. El ardiente astro, que entendió lo que pretendía hacer su esposa, le dijo:
-Espera a que llegue la luz del nuevo día y toma otra forma. Ve hasta el reino animal, que allí encontrarás lo que deseas.
Convertida en un espíritu bondadoso de los bosques, recorrió montañas, estepas y praderas. Así se enteró de que todas las especies querían acercarse a los humanos, pero la mayoría no se atrevía. Comentaban que les daba un poco de temor, pero la luna les dijo que utilizaran sus encantos para ganarse los corazones infantiles, que hasta los adultos llevaban dentro.
Los pájaros, los gatos y los caballos comenzaron a practicar. Los bosques se llenaron de trinos, maullidos y relinchos. Los perros abandonaron sus guaridas para acercarse poco a poco a las hogueras, donde los cazadores se protegían del frío. Muy pronto hombres, niños y mujeres se rendían a su belleza y comenzaban a llevarlos a sus casas.
La luna, convertida en espíritu, siguió explorando entre los frondosos árboles, hasta que tropezó con una pareja de perritos orejudos que jugaba con la semilla de un melocotón. Después de escuchar lo que ella deseaba, decidieron acompañarla. En la noche, cuando el reino animal dormía, la luna tomó su verdadera forma y se llevó a la pareja. Unos conejos, que querían corretear con sus amigos en las praderas lunares, se fueron detrás de ellos, pero como polizontes, es decir, escondidos.
Desde entonces la luna, en vez de lunitas, ve nacer cachorros tiernos y orejones. Allá reciben lecciones de nobleza y fidelidad. Cuando una mascota llega a su nueva casa, es porque ha bajado a la Tierra cabalgando sobre la punta de una estrella. Sabe que su tarea es convertirse en el mejor amigo de los niños... Y de los adultos también.
La luna es romántica y traviesa. Y a veces susurra su nombre al viento para que éste lo lleve hasta la mente de los seres humanos. Así es como llega su nombre a tantas mascotas. Así, querida orejona, vino tu nombre. Así la luna cumple su sueño: dejar su huella en el inolvidable planeta.
Cuentan que al astronauta le hicieron muchas entrevistas cuando regresó del largo viaje. Dijo que era otro hombre: por la experiencia de haber caminado sobre la superficie del distante satélite, y por haber visto la cantidad de basset hound que se preparaba para viajar a la tierra.
Te voy a contar un secreto, espero que no lo divulgues. Dicen que tu tatarabuela, traviesa y aventurera, se vino escondida en un bolsillo del traje espacial.

 Olga Cortez Barbera

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