miércoles, 9 de agosto de 2017

EL MEJOR DE LOS BESOS



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Se me ocurre que, al final, los rieles del tiempo nos llevan al orbe de los recuerdos, quizás, para volvernos a los momentos importantes, anecdóticos o, simplemente, para ayudarnos a suplir el hastío de nuestras horas ociosas. En esa caravana de imágenes, suspiramos, reímos o soltamos alguna lágrima. No entristecemos, sino que damos gracias a los cielos por habernos permitido vivir la vida de esa manera y no de otra.
Los recuerdos vienen con la brisa, en una tarde gris o mezclados en un aroma; nos transportan a eventos remotos, extraviados en el andamiaje existencial. En general, no los escogemos; llegan de imprevistos. Pero hay los que persistimos en traer. Como sea, no es extraño que experimentemos las mismas sensaciones  de entonces,  y puede que nos preguntemos   “qué hubiera pasado si…”
Soy melómana, por lo que he gastado gran parte de mi tiempo e ingresos en coleccionar música de todos los géneros, con la idea de que, cuando llegara a mi remanso, disfrutar escuchando las melodías que marcaron huellas en mí, o aquellas que me proporcionaran el estado anímico de la paz. Ya estoy en mi remanso. Ayer me dio por tomar un CD al azar: Sorry Suzanne, The Holllies.  Lo coloqué en el equipo y afloró la canción:

I can't make it if you leave me
I'm sorry Suzanne
believe me
I was wrong
and I knew
I was all along
forgive me…

Finales de las década de los sesenta. Yo, con mis dieciséis y los prejuicios de mis padres a cuestas, próximo a terminar el cuarto año de Bachillerato y a cumplir mi deseo secreto. Él me besaría.  Me lo dijo a la entrada del Liceo:
-Hoy no te escapas; después del examen, te robo un beso.
Guillermo Azuaje… Era, a mis ojos, el joven más apuesto de todo el Instituto, aunque mis compañeras opinaran diferente. Bien lo decía el refrán: Para gustos y colores… Lo cierto es que, apenas entró al salón, me sentí atraída por la profusa cabellera, los ojos grandes y su evidente timidez, propia del estudiante nuevo, recién llegado del interior del país. Tal vez, fue el rasgo que nos unió porque, con él, pude compartir la mía. Pronto, buscábamos motivos para andar juntos, para estudiar, hablar o guardar silencio, en la biblioteca, en los jardines, o en nuestras casas.
Con unos versos escritos, me pidió que fuera su novia. Mi corazón aprendió a bailar a otro ritmo: cuando sabía que nos encontraríamos, me tomaba de la mano o trataba de darme un beso. Temblando, con emociones desconocidas y atada a los consejos maternos, yo le rechazaba:
-Todavía no; mira que vas muy rápido.
Él, respetuoso y sonriente, me guiñaba un ojo y respondía:
-Será cuando tú lo desees.
En mi habitación, me enojaba conmigo misma. ¡Un beso, cuánto pecado podía encerrar ese acto de amor! Pronto se me pasaba. Haciendo eco de los consejos de mi madre, acababa por aceptar que mi actitud era la correcta, “porque los muchachos, después de que consiguen lo que quieren, se alejan”. Eso no evitaba que, en secreto, yo soñara con los labios de Guillermo, imaginándome protagonista de las miles de escenas románticas que yo veía en el cine y la televisión.
Las clases estaban por terminar y el beso me perseguía a todas partes, tanto despierta como dormida. Él, tal vez por su misma timidez, no osaba dar un paso más. Casi vuelta loca, deseando que me besara, no terminaba de rebasar las fronteras de mi vergüenza. Frente a la proximidad de las vacaciones y la decisión de los padres de mi novio de pasarlas en otro país, decidí que, aun terminara asada en las hogueras del infierno por pecadora, si él me lo pedía, yo aceptaría que nos hundiéramos en nuestro deseo.
Salí del examen, eufórica y nerviosa, por lo bien de mis resultados y por la promesa de Guillermo. A través de la ventanilla, yo podía observar su preocupación. Miraba y miraba la hoja, sin escribir, concentrado en la búsqueda de las respuestas requeridas. Pasaban los minutos, mientras crecía su impotencia, hasta que entendió que quedarse sentado más tiempo en el pupitre, no le resolvería el problema. Me sentí triste.
Esperamos, como sugirió el profesor; revisaría los exámenes y entregaría las notas de una vez. Guillermo no pasó, por lo que el beso fue arrollado por el pesar. Él se fue con sus padres para no volver. En corto tiempo, superé mi primera decepción amorosa. Luego, sí, recibí el primer beso, bastante pensado y, también, bastante equivocado. Después, miles de ellos, amorosos, tiernos, apasionados, hasta algunos fríos e indeseados, esos de los que nunca pudiste explicarte por qué, pero que también forman parte del acervo de las experiencias. Ayer, entre las palabras en inglés de los Hollies, me pareció escuchar la voz de Guillermo, diciéndome con su mirada de pasión juvenil contenida, Hoy no te escapas; después del examen te robo un beso, y me pregunté si no me perdí el mejor de ellos.
Olga Cortez Barbera

Imagen: es.pinterest.com

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