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Abro mis correos y leo, de una gran amiga
escritora, lo siguiente:
Este es mi regalo
de cumpleaños para ti. Bienvenida a la Tercera Edad y que te sea leveeee...
Siempre le temí
a ese adjetivo horrendo, feo, grueso y contundente: SEXAGENARIA. Nunca
imaginé que, a esa edad, iba a caminar con tanta gracia y desenfado, enfundada
en mis 60 años, y embutidos mis pies en tacones altos, tan muerta de la risa, lidiando
con mi estructura, desde la nuca hasta los dedos de los pies, con más concentración
que nunca, disimulando la fascitis plantar, el espolón y el dolor lacerante del
dedo martillo y los juanetes. Conservo, además, una amplia e irresistible sonrisa. Y la mantengo a pesar del
rictus (código de barra) que se me instaló per se, sobre el labio
superior, así como las 7 prótesis que embellecen mi dentadura. No obstante
las miserias del cuerpo: el lumbago, la
ciática, las incontinencias, los dolores musculares, el decaimiento, el
reumatismo, la migraña, la gota, las varices, la hernia discal, el lumbago, la
esclerosis, la artritis, la osteopenia severa, la ileitis, la orquitis,
las almorranas, los divertículos, la artrosis, la fibromialgia, y los túneles
carpianos comprimidos, tengo días estelares.... gloriosos, que me invaden el
alma de autoternuras. Tener la tácita voluntad de construir, a estas alturas
del partido existencial, una personalidad atrayente. Es un sacrificio tan
enorme, que sólo puede haber una razón: la férrea determinación de mantener mi
señorío. Y funcione o no funcione, ver que se pierde al marido. Para esto
debo seguir siendo estoica, reanudar cotidianamente mi voto de silencio,
reprimiendo el deseo de informar constantemente mis padecimientos. Hay mañanas
que envejecer no me preocupa lo más mínimo. Siento que no estoy ya maniatada
por el aparentar y sólo le doy valor a mi bienestar espiritual. Pienso que soy una diosa, una elegida, que vivo
en el lujo y en la abundancia: bañarme, comer, danzar, asistir a mis clases de
yoga...., con los sentidos prestos a los latidos de todo lo que me genera
felicidad: La música, el aire, la tierra, los ríos, el mar y la maravillosa luz
del sol. Incluso reconozco en mi madurez una tabla de salvación, convencida de
que cuando no fui feliz, fue sólo porque no me dio la gana. En esta sexta década
decidí ocuparme de mi misma. La vida se me ha vuelto una celebración dionisíaca,
justamente por esta extraordinaria oportunidad (¡seis décadas!) de
continuar formando parte del espectáculo de la existencia, no obstante los
excesos de mi pasado... y ROMPE SARAGÜEY, TARARARIRARA. SARAGÜEY ROMPE!!! La
providencia me lo permitió y hoy por hoy, aunque ya no soy joven
cronológicamente, nunca antes había sido tan intensa y profunda, y tan dispuesta
a vacilarme esta vida: se acabó el ardid de la bufanda y el cuello de tortuga,
el truco del sostén que levanta los pechos, perdí el pánico por las arrugas y
no me afecta el tamaño de mi abdomen. Mi andar garboso se quiebra demasiado a
menudo por el traqueo de mis tobillos, con la
autosacada de madre respectiva. Pero la cosa no acaba aquí. Mi mesa de
noche, en la que antes reposaba, si acaso, mi libro de cabecera y la caja
de unos bombones, tuve que cambiarla por un secreter en el que guardo, ya
no mis cartas, mis fotos y mis pinturas de uñas, sino el arsenal de fármacos,
el mentol chino, el árnica, el vick vaporub, la glucosamina, el Lexotanil, el
alcanfor, el Scheriproct, la Atorvastatina, el Omega 3, la uña de gato,
la Fluoxetina y el Breinox para la memoria; esto sin contar con los ovillos de
crochet, el tejido de punto y el macramé, que vinieron, gracias al Altísimo,
a salvarme de la ansiedad típica de las horas nocturnas, noches en las que la
vejez empieza a hacerse presente en toda mi osamenta, en forma de ácido
de batería que, como río subterráneo desmineralizado, recorre mis venas.
Ojala acabe de pasar este frío de invierno, porque mis articulaciones se
volvieron un perfecto y exacto barómetro para medir el
clima presente. A pesar de todo, los castigos del tiempo no me
inquietan en lo más mínimo, jijijij.
Mercedes Castillo
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