jueves, 23 de marzo de 2023

Esquirla de luna


 

Era un sueño recurrente el que la lanzaba al abismo de las madrugadas yertas. Con la almohada fría, a su lado, recordaba que hacía tiempo que se encontraba vacía. Del mismo modo que las horas, las ilusiones y el sentido de la vida. Huía de la cama y los fantasmas deambulaban por las habitaciones. Se asomaba a la ventana para buscar el consuelo en la luna y, como en el sueño, ésta se caía a pedazos.

Hubo un tiempo en que le encantaba contemplarla y creer, si se lo pedía lo suficiente, que cumpliría sus deseos. O fantasear con que podía subir a ella para alejarse de los miedos infantiles. Los monstruos la rondaban y ella quería que amaneciera. La luz del nuevo día la llevaba, una vez más, a los jardines opacos de la existencia. No era fácil para una niña entender las causas de las discordias continuas entre sus padres.

—¡Qué muchacha tan retraída! —decían, sin sospechar que de su corazón manaba una cascada de tristezas.

Tal vez, la luna cumplía los sueños a su manera. Descubrió que los libros eran la balandra mágica para protegerla de las zarpas del suicidio. En su regazo, entre historias y fantasías, encontró los caminos para alejarse de lo que tanto daño hacía y entender que el horizonte guardaba un arca de sueños posibles. Sin embargo, las normas rígidas, en el hogar, eran los barrotes que se interponían para alcanzar lo que imaginaba como felicidad.

Parecía que los hados se confabulaban para torcer su destino. Ningunas de sus ilusiones tenían un buen fin. Desubicada en el espacio, acataba todo lo que la realidad le imponía. No le quedó más opción que continuar por los derroteros de su suerte. Un autómata existencial que fingía estar de acuerdo con las Moiras, tejedoras de destinos, hasta que llegó el amor para hacerle suponer que la vida podía ofrecer frutos buenos.

No era así. Con el desengaño y el desfile posterior de amores desventurados, las cosas se complicaron para agigantar una soledad que, desde muy temprano, se había aferrado a su alma. Con cada hombre se iba un pedazo de su esencia, convirtiéndola en un desecho que se hundía cada vez más. Sin fe, poco podían hacer las fiestas y el alcohol.

Comenzó a tener la pesadilla, una y otra vez. La calle lucía solitaria y silenciosa, amparada por una luna redonda y luminosa, como la que contemplaba en su infancia. Esa luna la henchía de paz hasta que, de pronto, estallaba, mientras ella huía de las esquirlas de plata que caían. Sin donde esconderse, terminaba mortalmente herida. Le invadía un estado de felicidad porque, próximo, estaba su fin. Para su infortunio, al abrir los ojos, debía entrar al caos de su realidad.    

Decidida a desechar el mundo oscuro en el que había caído, retomó los estudios. Las nuevas amistades le permitieron mirar hacia un nuevo horizonte. Se impuso rescatar a la joven que un día fue. Y, aunque la soledad no la abandonaba, poco a poco, asida al hilo de la esperanza, dejó de tomar decisiones equivocadas y de tener malos sueños. Quizás, contribuyó alejar la posibilidad de toda relación sentimental. En su propia fortaleza, no tendría motivos para volver a sufrir. Comenzó a dormir tranquila.

Contra todo pronóstico, se enamoró de nuevo. Se esforzó en no traspasar los límites de la amistad. Él era tan insistente que logró, con un beso, atravesar el puente y minar su fortaleza. ¿Volver a pasar por lo mismo? Sintió pánico, como nunca antes, y regresaron las pesadillas. En las horas de desvelo, regresaron los miedos nocturnos, la severidad paterna que no le permitió ser, los conflictos hogareños, las prohibiciones irracionales, la consecuencia nefasta de aquel novio perverso, los posteriores romances con los que pretendía encontrar una dicha que sólo podía ofrendar una serenidad interna. El desconsuelo por toda una vida de frustraciones. Una madrugada, con el satélite observándola, exclamó:

—¡Basta!

Se levantó de la cama y se asomó a la ventana. La agradable brisa refrescó sus pensamientos. Era hora de crecer, perdonar y perdonarse, desechar culpables por lo que hizo o dejó de hacer y asumir sus propios retos. La luna refulgía con un sorprendente resplandor. Decidió arrancarse la esquirla del alma y darse una nueva oportunidad.

Olga Cortez Barbera

Pixabay: Imagen Gratuita

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