El día y los niños
han empezado a abandonar la playa. El mutis del sol va pintando el cielo de
naranjas y azules. La marcha de los chiquillos, arrastrando tras de sí su bolsa
de juguetes, llena de silencio y melancolía el atardecer. Tirada en la arena,
olvidada, ha quedado una muñeca de trapo, de ojos negros y asustados. Oigo su llamada
de auxilio, sujeto su manita tendida, la cobijo junto a mi pecho.
Ahora estamos
solas la muñeca y yo.
Tenía pocos
años, ignoraba la falsedad de las almas y las tretas de la vida. Miraba de
frente y creía en las palabras. Cuando el amor que se juraba eterno germinó en
mi vientre, no me quedó más que descubrir
la otra cara de las cosas. Tuve miedo, así que corrí a
guarecerme en los brazos de él. Pero no lo encontré. Más asustado que yo, había
ido a ocultarse en la madriguera. Igual que un conejo perseguido.
Los míos sí me dieron
cobijo; con delicadeza, para no herirme, fueron separando los sueños de la
realidad; el problema quedó desnudo, tendido en una camilla blanca. Era lo
mejor, mi vida entera iba a resentirse si seguía incubando aquel amor que
había sido mentira. Continuarás tus estudios, dijeron, te labrarás un porvenir,
conocerás el auténtico cariño. Aquello sólo
había sido un ensayo sin importancia.
Cuando todo
pasó, además de un vago malestar en el vientre, sentí un frío mortal. Yo era
una muñeca de nieve, insensible y cauta, que sólo hielo desprendía. Maduré
tanto en unos días, que mis compañeras de la facultad, mis amigas de siempre, me
parecieron niñas jugando a cosas de mayores. Y las miradas de ellos, que sugerían
amores, resbalaban sobre mí sin dejar huella. Si después de haber compartido tantos sueños, él se marchó, ¿qué no harían ellos?
Parece que los
míos habían tenido razón; terminé mis estudios, encontré un trabajo, conocí a
otro él. Un hombre que también hablaba de sentimientos que durarían siempre,
que empeñaba su palabra, ¡Ah, los juramentos! Sin embargo, el tiempo al pasar
me había deshelado el alma, ya no lloraba nieve sino lágrimas. Y pude sonreír.
El nuevo amor eterno germinó en mi vientre y, esta vez sí, todos fueron felices, hasta yo, por la buena
noticia. Un hijo es algo tan hermoso…
Ahora tengo tres
niños a los que adoro y un marido a mi lado que, hasta ahora, no ha echado a
correr. Me habría gustado tener una hija, pero..., no todo puede ser perfecto.
En esta tarde
azulada, casi de otoño, sujeto la mano que me tiende esta triste muñeca
olvidada y la aprieto con fuerza.
Es mi muñeca
rota. Yo la rompí.
Pilar Galindo
Salmerón
España
Imagen: es.123rf.com
Pilar, una genia. Me gusta leer y releer tus cuentos. Tan creíbles, tan humanos y con sello de tu talento.
ResponderEliminarMartha Ferrari
Estoy de acuerdo contigo, Martha. Los cuentos de Pilar son muy buenos. Gracias por entrar al blog.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo contigo, Martha. Los cuentos de Pilar son muy buenos. Gracias por entrar al blog.
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